Capítulo 36 (Coincidencia)

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―¡NOOO! ―Nunca antes había escuchado a alguien gritar de esa manera. El tatuador se arrodilló junto a la doctora― ¡Rápido! ¡Que alguien haga algo! ¡Los guantes...! ¡Tenemos que ayudarla!

Volteó a vernos a todos, de uno por uno, buscando alguien que pudiera hacer algo.

―¡Maldita sea! ¡Despierta! ―Mateo empezó a realizar un masaje cardiopulmonar― ¡Despierta!

Al notar las gruesas lágrimas que resbalaban por las mejillas del ex guardián, opté por apartar la vista para darle algo de privacidad.

―¡Tienes que despertar! ―tomó el rostro de la mujer con las dos manos y pegó su frente a la de ella.

―Missael ―mi madre se acercó a él y le colocó la mano derecha sobre el hombro―. Lo siento. Lorana era... Ella me contó de los planes que tenían. Ella... Yo... Missael, yo...

Aquel hombre asintió y cerró los ojos muy, muy despacio; sus labios se movieron aunque de ellos no salió ningún sonido: supuse que se estaba despidiendo.

―Estoy bien. ¿De acuerdo? Nosotros... Ella sabía que estaba en peligro. Ella aceptó la posibilidad de morir. Murió luchando. Y sólo el que muere luchando por sus convicciones merece descansar ―cada vez hablaba en un volumen más bajo―. ¿De acuerdo? De...

Tragó saliva y respiró profundamente para intentar recobrar algo de calma.

―De acuerdo ―completó papá―. De verdad lo siento, hermano.

Missael acarició los las mejillas, le cerró los ojos al cadáver y se inclinó hacia adelante para darle un último beso en los labios. Cuando la recostó de nuevo, la doctora parecía más estar dormida, con el programa o sin él, ella no despertaría nunca más,

―No es tu culpa ―se irguió tan alto como era―. ¡La culpa es de ella!

Apuntó el cañón de su arma directo hacia Nadia. Disparó dos veces: dos descargas que pasaron rozando los oídos de la chica y le quemaron algunos cabellos a la chica del flequillo púrpura.

―¡Fuiste tú quien activó la maldita alarma! ¡Tú eres la que debería estar muerta!

La acusación me golpeó con fuerza directo en el pecho. Él tenía razón: de no ser por la alarma, nada de eso habría ocurrido. Si bien Nadia me siguió hasta ahí, su motivo era lo menos importante. Por mi culpa habían muerto varios guardianes, Emilio y la doctora.

―Voy a hacer algo que debía haber hecho en el Canal de suministros.

Su dedo se posó de nuevo sobre el gatillo. Yo no podía permitir que más inocentes murieran por mis acciones.

―Fui yo ―murmuré―. Fui yo ―repetí, un poco más alto y di un paso al frente―. Fui yo quien activó la alarma.

―Said, ¿por...?

―¿Por qué? ―papá completó la pregunta de su esposa.

―Porque él es el Veneno, amigo mío ―habló una voz que, aunque no reconocí de inmediato, me erizó la piel―. Pensé que a estas alturas ya lo habrías adivinado.

La ventana digital donde deberían mostrarse los artículos que vendía la boutique se encendió, primero con un punto de luz justo en el centro, mismo que luego de parpadear dos veces se extendió hasta ocupar todo el espacio disponible. Su resplandor blanquecino iluminó el pasillo del Séptimo.

―No castigues al muchacho. Por definición, el Veneno es una sustancia capaz de ocasionar un daño mortal. ¿No es así? No puede evitarlo. Said sólo cumple con el programa.

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