Capítulo 25.

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Realmente pensé estar internada por tan sólo un par de días, tal como me había informado el doctor; pero al hacer unos cuantos exámenes más, descubrieron que aún mi cabeza se encontraba en un estado delicado, así que si en algún momento, cuando ya estuviera en la comodidad de mi apartamento se me ocurría agacharme, girar mi cabeza demasiado rápido o simplemente realizar una actividad que requiriera al menos un ápice de concentración, se me irían las luces y terminaría desplomada en el suelo.

¿Acaso era yo muy frágil? ¿Débil? ¿Indefensa? ¿Endeleble? ¿Exánime? Me sentía incompetente e inepta al dejar que el miedo me invadiera y dejara mi cuerpo paralizado y blando ante un peligro evidente. 

¿Que demonios me habría ocurrido si Evan no hubiera llegado justo en ese momento? 

No era una optimista al pensar con los dedos cruzados detrás de mi espalda con que él sólo tomaría mis pertenencias y se iría por el mismo hueco maloliente del que había salido. Eso me convertiría en una persona completamente incoherente e irracional al ignorar toda clase de amenazas que se le podrían presentar a una chica que transita por callejones e intersecciones solitarias a altas horas de la noche.

Más bien estaba más que consciente de que habría podido salir agredida sexualmente, secuestrada o incluso muerta, y eso hacía que la rabia me oprimiera el pecho y avivara la llama de resentimiento hacia toda la raza humana que tuviera el cerebro contagiado por aquella clase de atrocidades que sólo los convertían en ratas, en asquerosas ratas y pestes de la humanidad.

Aún así ¿que sacaba yo con arrepentirme y pensar en el que hubiera pasado si... a estas alturas del juego? El estropicio fue tan inevitable y repentino, que a pesar de que habían pasado cinco días aún yacía en el suelo sin fuerzas, derrotada, abatida y devastada por completo.

Superar este suceso de mi vida sería algo difícil y tal vez en mi caso llevaría un poco de tiempo. Pero mi determinación a seguir adelante y recordar esos malos momentos como experiencias, me daba un pequeño empujón cada día para levantarme y tratar de sonreír al increíble hombre de cabello rubio y ojos verdes que trataba en lo posible de estar a mi lado desde el día en que me habían internado en el hospital.

- Si sigues quemando esas neuronas activarás la alarma de incendios. Creo que ya empieza a oler a humo. - Mencionó divertidamente aquella voz masculina que activó todos mis sentidos de forma inmediata. - ¿En que piensas?

- Nada importante. - Respondí tratando de cambiar de tema. - Así que...¿hoy me darán de alta?

- He hablado con el doctor y le aconsejé que deberías estar aquí al menos hasta el lunes.

- ¡¿Que hiciste qué?! - Grité cerrando mis puños con fuerza.

- No te molestes con migo Maureen, aún te veo muy pálida y te quedas dormida con facilidad, sin dejar a un lado que hemos tenido que llamar a la enfermera en las noches para que te alivie los repentinos dolores de cabeza que tu describes como insoportables.

- ¡Eso fue sólo en las primeras dos noches! Ahora a duras penas me quejo por ello y además ¿que tiene quedarse dormida? Eso lo puedo hacer fácilmente cuando llegue a mi departamento. Tu idea acerca de quedarme en el hospital es simplemente absurda.

Evan apartó la mirada de su laptop y se sentó a pocos centímetros de mí. Últimamente había llevado algunos documentos y reportes consigo para adelantar su trabajo en el sofá de la habitación mientras yo disfrutaba de mis inesperadas siestas tanto diurnas como nocturnas. Lo había convencido de que se fuera a su departamento y que si el deseaba, podía venir a visitarme en las tardes, pero diecisiete veces (sí, las conté y todo) escuchaba una rotunda negación por parte de él y alguna parte de en mi interior, trataba de comprender porqué se comportaba así conmigo.

"Mi" chef favorita (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora