Capítulo 20.

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Los siguientes días fueron un infierno. Prácticamente me había pasado todo el fin de semana encerrada en mi departamento, viendo una película tras otra hasta que los ténues rayos de luz me indicaban que había amanecido y que tenía que levantar mi trasero del sofá para hacer el intento de digerir algo aunque mi estómago se encontrara totalmente en desacuerdo con el tema.

Decidí apagar mi celular y todo lo que me conectara con el mundo exterior. Mis pies se arrastraban con pesadez por el piso de madera y sentía el cuerpo débil, cómo si una manada de búfalos enfurecidos hubiera pasado por encima de mí.

Las noches eran lo peor. El insomnio se apoderaba de todo mi cuerpo y toda clase de pensamientos me hacían dar vueltas incontrolablemente sobre el edredón de la cama de mi habitación. No dejaba de hacerme especulaciones en la mente sobre Evan. Tal vez Grace hubiera ido a visitarlo, tal vez ella lo habría persuadido para terminar en su dormitorio, tal vez él le estaría contando con sátiras como me había utilizado y cómo yo me había entregado tan fácilmente, tal vez ambos hubieran solucionado las cosas y se habían emparejado de nuevo.

Todos estas ridiculeces me llevaron a comerme las uñas hasta la cutícula y de tronarme los dedos hasta que me quedó un insoportable dolor en todos los falanges.

Ya era lunes. Me repetí cómo un mantra que todo iba a salir bien durante la hora en la que duré en alistarme y salir a coger el autobús.

Tan pronto crucé las puertas principales, me encontré con Gabriel, el joven y carismático portero del edificio en donde vivía Evan, el cual me sonreía tan abiertamente que no dudé en devolverle la sonrisa de igual forma.

Ciertamente, era atractivo. Su pelo cobrizo le caía delicadamente por la frente y se posaba detrás de sus orejas y sus ojos eran tan negros que a duras penas divisaba su pupila, pero tan grandes que expresaban su estado de ánimo al instante y me dejaban embelesada al contemplar detalladamente aquella hermosa oscuridad.

- Muy buenos días señorita Maureen - Dijo mostrando un encantador hoyuelo en la parte derecha de su mejilla. - ¿Que tal pasó la noche?

- Buenos días Gabriel. - Respondí con alegría. En estas pocas semanas me había asotumbrado a sus enérgicos saludos, y habían veces en las que alargaba mi estadía en la recepción unos minutos de más al quedarme escuchando sus interesantes anécdotas.  - ¿Quieres que te diga la verdad? La noche y yo no somos muy compatibles, tenemos una relación bastante complicada.

- Bueno, siempre existen ciertas soluciones para evitar esta clase de problemas. - Dijo riendo - No queremos llegar a los trámites de divorcio ¿o si?

- ¡Eso es lo que menos quiero! - Aclaré llevándome una mano al corazón teatralmente.

Traté de seguir en mi papel de ama de casa desesperada pero una presión en el pecho me obligó a soltar unas pequeñas carcajadas. Gabriel era esa clase de hombre que le agradaba a todo el mundo, bromeaba con facilidad y levantaba el ánimo de cualquier persona que pasara a su alrededor, haciendo que la típica cuestión de si confiar o no confiar en él no llegara siquiera a ponerse en duda.

- Escucha, yo...quería darte esto. - Dijo tendiéndome un sencillo ramo de flores amarillas. - Quería dártelo la semana pasada, pero entrabas y salías tan rápido que sólo me bastaba con parpadear para descubrir que ya estabas caminando hacia la parada del autobús. - Pasaron unos cuantas miradas reprobatorias y regaños constantes para convercerle de que me tuteara, me sentía más acojida y confortable manteniendo esos parámetros de conversación con él.

- Vaya, son hermosas. - Tenían un olor exquisito y sus pétalos eran tan suaves y delicados que temía que se cayeran al simple tacto de las yemas de mis dedos -  No tenías porque hacerlo... - Dije bastante sorprendida.

"Mi" chef favorita (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora