En una tarde lluviosa

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Cordelia miraba la chimenea de su despacho preguntándose si habría hecho bien en enviar esa carta ¿acudiría él a su llamado o lo ignoraría? No sabía como Severus tomaría aquella petición pero ya lo había hecho y no se arrepentía. Lo necesitaba y ya no podía soportar más esa sensación que la ahogaba por dentro, con ese vacío cruel, con las ganas locas de verlo. No estaba segura de qué era realmente lo que sentía por él pero la verdad era que quería tenerlo cerca. O tal vez sí lo sabía, pero la respuesta le asustaba. 

El retrato de su abuela la miraba desde el marco sin atreverse a decir una sola palabra, manteniendo a raya al retrato de su hijo Rupert para que éste no comenzara a esparcir su veneno.  

La habitación estaba en penumbras, de vez en cuando se iluminaba por los relámpagos que destellaban en el cielo nocturno en medio de aquel torrencial aguacero que casi no había parado.  De pronto, los ojos de Cordelia comenzaron a iluminarse al ver un resplandor verdoso en la chimenea acompañado de un fogonazo y posteriormente la figura de un hombre con capa oscura. 

 —¡Severus! —exclamó sin poder ocultar la emoción. Elevó la mano por encima de la cabeza e inmediatamente las velas del candil del techo se encendieron. 

Al salir de la chimenea, Severus se quedó contemplándola por unos segundos en que reinó el silencio. Ella tenía un dejo de tristeza en los ojos que no pasó desapercibido, parecía que había llorado mucho. Al fin el silencio fue roto por la pelirroja que lo invitó a terminar de salir del perímetro de la chimenea. Severus lo hizo, paseando los ojos por todo el lugar, notando así que el par de retratos que representaban a Cordelia vestida con ropa de la era barroca, reposaban ahora en la pared opuesta a la que contenía los retratos de la abuela Eleonor y sus hijos. 

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Era tan hermosa como en sus reminiscencias, con una sonrisa autentica, dedicada al autor de las obras, Phillip Prince

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Era tan hermosa como en sus reminiscencias, con una sonrisa autentica, dedicada al autor de las obras, Phillip Prince. Severus lo sabía porque ella misma se lo había dicho. Entonces imaginó al joven pintándola y esa simple imagen lo llenó de celos. Cordelia no había podido olvidarlo y mucho menos porque el licántropo intensificaba su recuerdo pero entonces ¿Por qué había requerido su presencia allí en su morada? 

En una repisa que estaba al lado de un estante de libros había copias de los retratos más modernos que ella tenía en su habitación, aquellos que la representaban en diferentes épocas y etapas de su vida. Al ver que de nuevo reinaba el silencio, él se quedó admirándolos.

El Misterio del ÁguilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora