Una extraña sensación

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Remus no pudo evitar sentirse mal por lo sucedido con Cordelia, estaba consciente de que él no tenía la culpa de no amarla pero no podía quitarse de la cabeza la expresión triste en el hermoso rostro de su amiga. Intuyó lo que ella debía estar sintiendo y deseaba con todo su corazón poder sentir lo mismo por ella o que ella se olvidase de él. No le agradaba para nada ser el motivo de su sufrimiento ¿Qué debía hacer a partir de ahora? ¿Alejarse de ella o tratarla con naturalidad? No sabía cómo responderse a sí mismo a esas preguntas pero de lo que sí estaba seguro era que no quería ser el causante de más sufrimientos en la vida de Cordelia.

Tomó asiento en un sillón que tenía frente a una ventana y desde allí, contemplando el hermoso paisaje de los jardines del castillo comenzó a recordar como en una ocasión fue rechazado por una mujer con quien llevaba una relación amorosa poco después de salir del colegio. Él no quería ocultarle nada así que, tomando en cuenta los sentimientos que los unían y la confianza, hizo de tripas corazón, se llenó de valor y terminó revelándole todo a la muchacha que enseguida compuso una mueca de horror y le pidió que se alejara de ella y que no quería volver a saber de él.

En ese entonces, sus amigos, los merodeadores fueron una gran contención para el muchacho licántropo pero a partir de allí nunca más quiso involucrarse en asuntos amorosos. Estaba plenamente consciente de que Cordelia lo comprendía perfectamente ya que al igual que él portaba una maldición pero no había forma de que pudiera forzar su corazón o de abrirlo de buenas a primeras después de haberlo sellado con tantas barreras.

Justo como si la hubiese evocado con sus pensamientos, vio a la profesora que caminaba por los jardines con dirección al puente de madera, uno de sus lugares favoritos.

Cordelia caminaba con aire taciturno sumergida en sus pensamientos. Ya casi llegaba al puente de madera cuando se detuvo a admirar la belleza de unos arbustos llenos de flores, algunas tan rojas como su cabello. Era el mejor aliciente después de haber tenido que soportar la presencia del malcriado mocoso Malfoy que al fin tuvo que rendirle cuentas y cumplir su castigo con ella. Valió la pena verle la cara nada más porque estaba plagada de tedio y asco mientras tallaba a mano el piso de la enfermería. Mirar su frente perlada por el sudor mientras mascullaba por lo bajo fue una de las mejores estampas que pocas veces contempló en su larguísima vida, nada como un buen sacudón para bajar de las nubes a los altivos, ella lo sabía muy bien.

Pero había algo más importante que ese insufrible mocoso malcriado, aún tenía muy vivida la sensación de los labios de Remus, comprendía perfectamente el por qué de su negativa. No se debía a que ella le desagradara o que la creyera más peligrosa que él, se trataba simplemente de que en su corazón no existía esa clase de amor, tampoco había existido en el de ella antes, de hecho se sorprendió cuando se descubrió a sí misma pensando en él más de lo que debería u odiando a Snape por intentar delatarlo ante los estudiantes cuando lo suplió en una de sus clases, pero ¿Y si Remus tenía razón y ella solo estaba confundida?.. ¡No! Ya no tenía edad para esa clase de confusiones, ya no era ninguna jovencita.

—¿Qué sucede, Black? ¿Andas de cacería? —preguntó Snape detrás de ella con una sonrisa sarcástica.

Al girar sobre sus pies y observarlo de frente, Cordelia no pudo evitar sentir como su corazón se aceleraba de pura ira. De nuevo esa voz, esa presencia y ese maldito sarcasmo que ya la tenía colmada.

—¿Y tú, de nuevo siguiéndome a todos lados? ¿Acaso no aprendiste la lección, Snape?

El profesor de Pociones contrajo el rostro en una mueca de desagrado al escuchar que la mujer le recordaba el altercado de su despacho. 

—Típico de los Black, se creen el centro del universo —masculló Snape, mirándola con desdén—. ¿De verdad te crees tan importante? Solo vengo de recoger algunas hierbas del bosque.

El Misterio del ÁguilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora