El paseo de los recuerdos (Última parte)

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Parado en medio de aquellos árboles, Snape estaba impresionado y asqueado. Las manos le temblaban y el corazón le bombeó sangre con más ímpetu. Posteriormente se vio a sí mismo en la habitación de Cordelia donde Borislav la depositó con cuidado sobre el lecho.

Ella parecía moribunda pues se veía extremadamente débil. Tenía los ojos laxos e inexpresivos, estaba demasiado pálida, tenía el cuello cubierto de sangre, casi no se movía y solo balbuceaba frases cortas y aparentemente sin sentido, parecía estar agonizando.

¡Phillip! —llamó la muchacha—. La... puerta... mira la puerta.

Pese a que el profesor de Pociones estaba contemplando a Cordelia sobre su cama, de pronto tuvo la visión de un enorme portal dorado que se abrió con lentitud, dando paso a la misma ninfa que vio al principio de las reminiscencias de la pelirroja. La mujer, al mirarlo negó con la cabeza, manteniendo en su rostro una sonrisa tierna, además, le hizo señas con los brazos para que se alejara del portal que lentamente volvió a cerrarse.

¡Shhh! Calma, dulce niña —susurró Borislav a su lado sin dejar de sujetarle la mano—. Ya no hay nada que buscar en otra vida. A partir de ahora es solo esta la que tienes, por toda la eternidad.... Junto a mí.

Snape sintió tantas ganas de matarlo, o al menos de herirlo de gravedad para que sufriera con la misma lentitud y agonía que estaba sufriendo Cordelia, que para ese momento comenzaron a brotarle sendas lágrimas de sus ojos azules.

Yo cuidaré de ti, amor mío, por siempre y para siempre serás mía —dijo antes de besarla en los labios.

Cordelia, en un arrebato de lucidez, intentó girar el rostro lejos del de Borislav pero éste lo tomó con ambas manos para evitar el rechazo.

—¡Maldito! —susurró Snape antes de sentirse de nuevo envuelto en un remolino brumoso que lo llevaría a otro recuerdo.

En este, se vio a una Cordelia ya recuperada, aunque Snape sospechó que sólo habían pasado algunos días luego del ataque pues, llevaba en su cuello una mascada para ocultar los agujeros de los colmillos de su verdugo.

La mujer estaba en lo que parecía una biblioteca o ayuntamiento. Había escritorios, paneles de madera en las paredes, candiles de oro colgando del techo y muchos libros además de pergaminos. Cordelia aguardó sentada en uno de las sillas de un escritorio.

Snape sospechó que se trataba de un lugar no mágico pues normalmente en las bibliotecas o despachos mágicos las cosas solían trasladarse por sí solas y en ese lugar en que se encontraba la pelirroja, las personas cargaban todo por sí mismas. De pronto, un hombre bajito, vestido de traje negro, con una peluca blanca y un bigote bastante cuidado (rizado en las puntas) se acercó a la mujer llevando consigo un rollo de pergamino.

Disculpe por la tardanza, señora Condesa —expresó haciendo una reverencia—. El expediente de su marido estaba mal fechado. Imagínese que, según la fecha, data de hace cien años
concluyó riendo.

Cordelia forzó una sonrisa antes de asentir.

Muchas gracias, señor...

Covington, señora Condesa. Para servirle a Dios, vuestra merced, y a su marido —respondió el hombre quitándose el sombrero para hacer una floritura con él a modo de reverencia.

Él necesita de este documento biográfico para algunos negocios pero por no encontrarse en la ciudad, no pudo venir por él y además nuestros sirvientes están de asueto.

Pues ahí los tiene, señora mía. Puede llevarlos entonces y disculpe nuevamente por la demora.

Cordelia tomó el pergamino que el hombre le entregó y se marchó del lugar.

El Misterio del ÁguilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora