Me llevé la mano al collar de mi madre e inspiré con fuerza. Observé el rostro de Nate, lívido e inmóvil, y me mordí el interior de la mejilla. La rabia volvió a brotar dentro de mi pecho, como una maleza rebelde e inmortal. Sentí que mis manos temblaban por agarrarle el cuello y asfixiarlo, por coger una daga y atravesarle las costillas, por arrancarle los ojos, la lengua y la nariz.

Pensé en lo fácil que habría sido matarlo.

Sólo tenía que acercarme y besarlo, arrancarle cada año de vida hasta que no quedara nada de él. No importaba si me volvía joven, o un bebé, porque todo lo malo habría acabado. La guerra habría acabado. Los murk se sentirían desprotegidos y no podrían volver a salir a la Tierra. Los glimmer obtendrían la Fuente y podrían volver a su hogar, cuando una nueva elegida naciera.

Era un futuro simple, y estaba en mis manos.

Sin embargo, mis manos eran egoístas y no sabían hacer sacrificios.

Jamás podría condenar a Reece a vivir su vida dentro de aquella lobreguez. Jamás podría permitir que mi madre se quedara a la deriva por siempre, encerrada en algún lugar sombrío y tenebroso, esperando una ayuda que nunca llegaría. Jamás podría dejar solo a mi padre. Jamás podría abandonar a las personas que amaba, aunque de eso dependiera la vida.

Mi corazón era egoísta, y nunca renunciaría a aquello que deseaba.

¿Eso me convertía en alguien igual a Nate?

Respiré profundo y volví a recostarme sobre la cama. De costado, frente a su rostro perfilado, observé la curva de su nariz respingada. Me pregunté qué hacía allí, en la que ahora era mi habitación, y por qué estaba dormido. No había ninguna razón por la que Nate tuviera que acompañarme, a menos que me estuviera vigilando o fuera una trampa.

De las dos opciones, la última era la más sensata.

Extendí el brazo y toqué el cuerpo del animal peludo. Un ronroneo se alzó en su tórax, al mismo tiempo en que mis ojos se cerraban para iniciar una vez más el viaje al mundo de las pesadillas.

—Vashyah... —oí que Nate susurraba, en un acento e idioma incomprensible.

Entonces me quedé dormida, y ya no tuve pesadillas.

[...]

Mierda.

Algo áspero me estaba lamiendo la barbilla.

Abrí los ojos, adormecida, y me encontré con la pequeña cabeza de un gato siberiano. Me senté apresurada, cogiendo el gato entre mis brazos y dejándolo a un lado. No sabía qué tenía la lengua de ese animal, pero sentía la carne ardiente, como si acabaran de rasparme con una virutilla metálica.

Gemí despacio y miré la otra mitad de la cama. Nate seguía recostado, con los ojos cerrados y las manos detrás de la cabeza. Lo único distinto era que el gato ya no estaba sobre él, estaba debajo de mis pies, ronroneando y lamiéndose el cuerpo. Parecía satisfecho, como si acabara de cumplir su objetivo: despertarme y dañarme.

Me llevé las manos al rostro e hice una mueca. La habitación seguía igual, pero más iluminada y viva. Era como si acabara de amanecer y el sol estuviera entrando a raudales por la ventana. Una completa ironía, porque en Abismo nunca era de día. La noche y la oscuridad eran crónicas, al igual que mi odio hacia Nate.

Me pasé los dedos por la barbilla y fruncí el ceño. Tenía pequeños pedazos de piel levantados, culpa del excesivo acicalamiento. A mi mente vino el recuerdo de mis días de depilación, y lo delicada que quedaba mi piel cuando me arrancaba los parches de cera. Entonces el recuerdo trajo a mi mente el recuerdo de otra cosa, y mis manos se posaron sobre la parte superior de mis labios de forma inconsciente.

Celeste [#2]Where stories live. Discover now