¿Una salvación?

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Los Ángeles, 29 de Noviembre, 2015


Mis pies ardían, tenía la boca seca y un mal sabor de boca, aún llevamos algunas galletas, pero las estaba reservando en caso de que no encontrar nada.

El sol quemaba mi rostro y Gabriel no se apresuraba a abrir. Teníamos toda la mañana y parte de la tarde caminando, el plan era buscar alimento y posteriormente un vehículo, pero ni siquiera habíamos conseguido lo primero. Esa era la séptima casa que revisábamos en el día y había comenzado a desesperarme. También era un poco inquietante tener que forzar la entrada, me sentía como una intrusa en casa ajena, pero mi hermano no parecía tan preocupado.

Miraba a todas partes, esperando no encontrar a otro de ellos, hasta entonces no habíamos tenido necesidad de usar el arma, queríamos guardar todas las balas que pudiéramos en caso de encontrarnos en un verdadero apuro. Lo peor era revisar los sótanos, en las demás habitaciones usualmente siempre habían ventanas y podíamos ver, pero en ellos el ambiente siempre me parecía oscuro y tenebroso, quizá por todas las películas de miedo en las que el asesino persigue al protagonista hasta el sótano para acabar con su vida; me daba pavor revisar en las cajas, tenía la sensación de que algo saltaría al abrir de la tapa. Gabriel, por su parte parecía un poco perturbado al revisar las habitaciones, pero pensaba que no me lo decía para no preocuparme más.

Escuché la puerta ceder y me hizo señas para que lo siguiera. Cerró la puerta y colocó una mesita para evitar que se abriera con el viento. El piso era de madera y nos encontrábamos en un corredor, a unos pasos se encontraba una puerta, en donde asumí que estaba el baño y más adelanté vi una sala. Al parecer la casa aún no había sido saqueada, ya nos habíamos topado con otras en las que todo estaba tirado por el suelo y faltaban los televisores o simplemente en las que no habían dejado nada. En cambio, en ella aún se encontraban las cosas en su lugar, un gran televisor pantalla plana colgaba de la pared y los muebles lucían en su lugar, al igual que dos bocinas estéreo de al menos un metro que asumí funcionaban como una especie de cine en casa.

Me quedé un segundo pensando en que se sentiría ver una película ahí hasta que Gabriel me llamó. Atravesé el comedor y pasé a la cocina. Al parecer la mujer que vivía en esa casa tenía un buen gusto, tanto el horno, como el refrigerador y el resto de los aparatos de cocina eran de acero inoxidable y daban un aspecto elegante y un tanto profesional. Las cucharas, sartenes y espatulas, colgaban pulcramente de un soporte en el techo. Mi madre estaría encantada de cocinar en un lugar así, de hecho daban ganas de hornear un pastel ahí.

Gabriel, no perdió tiempo y comenzó a registrar en los cajones, aparté un florero con un par de flores secas y me dispuse a ayudarlo, saqué un montón de esencias y algunas cajas de harina para pastel, encontré un frasco de duraznos y jaleas de fresa en conserva, las dejé a un lado y seguí revisando, Gabriel encontró cajas de cereal y leche en polvo. En otra gaveta conseguí unas cuantas sopas instantáneas y galletas de avena. Mi hermano tomó la comida y la colocó sobre la mesa mientras yo seguía buscando.

Ninguno de los dos quería abrir el refrigerador, seguramente habría comida en descomposición y no queríamos que la cocina apestara mientras estuviéramos ahí, ya tenía suficiente con el olor a putrefacción que se respiraba en la calle.

Creo que teníamos suficiente para unos días, no podíamos llevar harina ni nada de eso por obvias razones, antes de salir de la cocina y mientras mi hermano guardaba las cosas en la mochila, decidí abrir la última encimera sobré el lavavajillas y saqué unas latas de atún. De pronto sentí que tomé algo que no era un lata y lo saqué, desaté una bolsa y me topé con una gran barra de chocolate. Olía delicioso y le pegué un mordisco.

— ¿Qué encontraste?

— Un poco de chocolate, ¿quieres? — dije ofreciéndole un pedazo.

LOSTWhere stories live. Discover now