La cola avanzó de nuevo, y Samuel se percató de que eran los siguientes en poder entrar.

—Porque tú no vienes solo, hombre. —La fugaz sonrisa de Noah resplandeció bajo las luces de neón de la entrada—. Vienes con un amigo.

Antes de que se diera cuenta, Noah le había cogido de la mano para que franquearan juntos las puertas del Sodoma.

*

La primera vez que había entrado en el Sodoma, Samuel lo había hecho en los brazos de su chico, sintiéndose feliz y confiado... y bastante borracho. Esta vez lo hacía de la mano de un chico al que apenas conocía y preguntándose si hacía bien en estar allí, pero el asombro por la cantidad de estímulos que lo abrumó al entrar fue el mismo que la vez anterior.

Ahora que podía juzgar el Sodoma con la perspectiva que le daba el estar aún sobrio, se dijo que aquel lugar era incluso más escandaloso y sórdido de lo que le había parecido la otra vez, pero al mismo tiempo, lo encontraba más morboso y excitante. Esa parte suya, obscena y perversa, que sólo se permitía mostrar ante Marc y en la más absoluta intimidad, se despertó en ese momento, rugiendo en medio de su pecho como un dragón con aliento de fuego. Samuel se colocó las gafas y carraspeó mientras intentaba mantener la compostura, pero a medida que se internaba en aquel lugar, sintiendo entre las suyas la sudorosa mano de Noah, comprendió que la única manera de calmar al dragón era, probablemente, emborrachándose cuanto antes.

Noah parecía tener la misma idea, pues lo primero que hizo fue guiarle hasta una de las barras del local, donde los guapos camareros servían copas y agitaban cocteleras. Más arriba, en tarimas inaccesibles para el público y en la pasarela del piso superior, donde se encontraban los reservados de la zona VIP, bailaban los gogós, embutidos en ajustados vestidos de neopreno blanco, hermosos y terribles como ángeles caídos del cielo. El hipnótico baile de aquellos hombres captó la total atención de Samuel, que se perdió a sí mismo en el ondulante movimiento de sus cuerpos, incapaz de apartar su mirada.

—Ey, vuelve —oyó decir a su lado. Con un sobresalto, encontró a Noah, que le miraba divertido mientras le tendía un botellín de cerveza.

Samuel se ruborizó y su nuevo amigo levantó la mirada para observar a los gogós.

—A mí también me encanta mirarlos —confesó tras unos segundos de contemplación, bajando de nuevo su mirada hacia Samuel—, pero a partir de ahora, procura hacerlo con la boca cerrada.

Samuel aceptó la bebida que le ofrecían y dio un sorbo. Noah le imitó, y Samuel pudo ver que miraba en derredor, como si buscara algo.

—¿Lo has vuelto a ver?

—¿A quién?

—A Vico —dijo. Samuel negó; se había olvidado del futbolista desde que entraran en el local—. ¿Crees que tendrá un reservado? —preguntó Noah, elevando de nuevo su mirada hacia la pasarela del piso superior.

Samuel lo imitó, y por un momento a punto estuvo de decirle a su amigo que había acertado, al ver caminando por una de aquellas pasarelas a un hombre alto y rubio, seguido de cerca por otro igual de alto y con una larga coleta, pero tras un segundo vistazo se dio cuenta de que aunque el rostro del primero también le resultaba vagamente familiar, no se trataba del futbolista. Luego barrió con su mirada la totalidad del local, hasta dar con otro rostro conocido, pero quizás no el que Noah estaba esperando encontrar.

—Mira —dijo, señalándolo.

—¿Has visto a Vico? —preguntó Noah esperanzado, escrutando con su mirada en la dirección que Samuel le indicaba.

—No, es el lobezno.

—¿Quién? —preguntó Noah, desconcertado.

Samuel se sintió avergonzado al darse cuenta de que no debía haber usado ese mote delante de Noah, pero ya era tarde para echarse atrás.

—El lobezno —repitió. Y luego añadió, en un tono más bajo—: El hombre con el que te vi discutir la otra vez.

Noah le miró, y Samuel no pudo menos que bajar la mirada. Aunque Marc le había conseguido el teléfono de Noah para que pudiera interesarse por su historia con ese hombre, en ninguna de las conversaciones mantenidas con él por teléfono o mensaje a lo largo de las últimas semanas había sacado Samuel aquel tema a colación. Para su alivio, Noah dejó de mirarle para volver a buscar en la dirección que Samuel le había señalado.

—Mierda —siseó, y Samuel supuso que ya debía de haberlo visto.

—¿Qué quieres hacer?

—Vámonos a otra parte. Lo último que quiero esta noche es encontrarme con él.

Samuel le siguió, sintiendo el dolor y el enfado de Noah como algo palpable. Se alejaron de aquella zona, internándose más profundamente en el Sodoma. Atravesaron la inmensa pista de baile y encontraron, casi milagrosamente, unos sillones libres al fondo del local. Al llegar allí, Noah se desplomó sobre uno de ellos y dio un largo sorbo a su cerveza. Samuel se sentó a su lado y sorbió su propia bebida mientras esperaba a que el rubio decidiera si quería o no compartir sus pensamientos con él. Sin embargo, tras varios minutos de silencio, no pudo evitar preguntar:

—¿Estás bien?

Noah forzó una sonrisa.

—Sí.

—¿Estás seguro?

—No. —La frágil sonrisa se desvaneció de su rostro.

Samuel le observó con atención antes de formular la pregunta que tenía atragantada desde hacía dos semanas:

—¿Qué relación hay entre el lobezno y tú?

Noah sonrió otra vez, de manera más leve y más sincera que la vez anterior, al oír el mote que Samuel había usado.

—No lo sé —le contestó—, ni siquiera estoy seguro de que se pueda decir que entre nosotros haya algún tipo de relación. Aunque sí que la hubo una vez... —En su voz se podía percibir un tono profundamente melancólico, que hizo que a Samuel se le encogiera el corazón.

«¿Estás enamorado de él?». La pregunta se formó en su cabeza sin que él pudiera hacer nada para evitarlo, pero no llegó a pronunciarla en voz alta. Conocía la respuesta demasiado bien como para saber que profundizar en el tema no haría más que abrir viejas heridas, cerradas en falso. Vio cómo su acompañante apuraba su botella y se limpiaba la boca con el dorso de la mano.

—No quiero pensar en David ni en nada que tenga que ver con él —anunció—, sino pasarlo bien. Para eso hemos venido, ¿no? —preguntó ante el evidente estupor de Samuel.

El cambio operado en Noah había sido radical e instantáneo, pasando en segundos de aparentar ser el hombre más miserable sobre la Tierra a un muchacho alegre, frívolo y despreocupado.

—¿No quieres irte?

—¿Irme? —Noah parecía asombrado—. ¿Por qué iba a querer irme? Tú tendrás novio —le dijo en tono jocoso, mientras le señalaba al pecho con la botella de cerveza, ya vacía—, pero yo tengo que encontrar a alguien que me caliente la cama.

Samuel no dijo nada. Él sabía mejor que nadie que las relaciones de pareja —o lo que fuera que hubiese entre Noah y el lobezno— no eran precisamente fáciles, y no era la persona más indicada para juzgar. Él también había montado en las alas del desamor, y tonteado con la engañosamente sencilla solución de buscar consuelo en el sexo sin amor, sin embargo, la aparente facilidad de ese chico para separar el amor de la lujuria le dejaba pasmado.

—¿Sigues con la idea de buscarte un ligue?

—Sí —dijo Noah mientras miraba un punto fijo en la pista de baile. Samuel siguió su mirada y se encontró con el famoso futbolista, que bailaba despreocupadamente en ella—. Y sé perfectamente a quién quiero ligarme. 

Una noche en el SodomaWhere stories live. Discover now