2. Cuidado con el lobizón

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Con una bocanada de aire, desperté. Mi cabeza daba vueltas como una calesita y mi corazón latía a mil por hora, como si en verdad hubiera corrido varios kilómetros.

En algún momento, el recuerdo de Sofi había sido reemplazado por el sueño. Otra noche que me vi obligado a perseguir a aquella niña de rojo. Pero esta vez había algo distinto. Estaba seguro de que en esta ocasión había logrado, por fin, atrapar a esa niña. Pero ella y el sueño se esfumaron entre mis garras cuando la alarma de mi celular sonó.

Me pasé la mano por la cara, quitándome el cabello de los ojos y sintiendo un frío y pegajoso sudor que me cubría. Permanecí tumbado en mi cama, esperando que se me pase el vértigo; recorriendo mi habitación con la mirada. Continuaba siendo tan pequeña y desordenada como siempre lo fue. En las paredes azules seguían estando mis láminas y recortes de películas de superhéroes y animes. Mi pizarra, donde se suponía que debían estar las notas y horarios de la escuela, seguía llena de notitas y trucos de videojuegos. Todo seguía igual.

Pero mi cabeza estaba en otra parte, en ese extraño sueño. Esta vez, el sueño había cambiado. Cuando me encontré frente al lobo de ojos rojos, este abrió sus enormes fauces y me devoró.


—Hoy te toca ayudar a tu papá —me saludó mi mamá, al entrar a la cocina.

Ella estaba sentada en la mesa, tomando mate. La radio encendida daba el pronóstico del clima. Otro caluroso día de febrero nos esperaba.

—Lo sé —dije mientras buscaba algo de cereal y dulce de leche en la heladera—. Buenos días, por cierto —agregué con un ligero sarcasmo.

—Buenos días, mi corazón —contestó melosamente, pellizcando mi mejilla con una mano—. ¡Oh, no! No te vas a comer eso —agregó cuando me vio con mi desayuno. Y me lo quitó de las manos.

—¡Mamá! —reproché.

—No, Nahuel. —Agarró mi brazo y me hizo sentarme en la mesa, sirviéndome un tazón de cereal con leche y una banana que estaba en la frutera—. Tenés que dejar de comer tantas cosas dulces, te van a salir caries.

Sin rendirme, tomé la azucarera y le vertí al menos cuatro cucharadas de azúcar a mi cereal, mirando desafiante a mi madre. Ella pretendió no darse cuenta mientras bebía otro sorbo de mate amargo. Llevaba su camiseta del coro y jeans, lo que la hacía ver más joven. Con su tamaño podría pasar por alguna de sus coristas de diez años, pero tenía una voz tan potente que hubiera dejado en vergüenza a Whitney Houston. Era triste que ninguno de nosotros haya heredado algún tipo de talento musical.

—Mamá, ¿cómo son tus sueños? —pregunté de manera casual, untando la fruta con dulce de leche antes de pegarle un mordisco.

—¿Mis sueños? —respondió.

—Sí. Es que...

—¡Mamá! —gritó Micaela desde uno de los cuartos de arriba.

—¡Ya voy, bebé! —le contestó mamá, encaminándose a la habitación de mi hermanita—. Y vos —me apuntó con un dedo—, acordate que hoy tenés cita con el Doctor Cabral.

―Sí, sí ―murmuré con la boca llena de cereal.

Tomé mi celular para ver mis notificaciones, sin prestarle mucha atención a la radio. Pero entonces uno de los locutores dijo algo sobre la aparición del chupacabras.

Curioso, le subí el volumen a la radio y comencé a grabar un audio para Lucas. A él le encantaban estas cosas.

―...productores en diferentes localidades del norte de Santa Fe están desconcertados por la mutilación de su ganado. Los animales fueron hallados sin lenguas ni genitales, con cortes precisos en la quijada y su descomposición no atrae animales carroñeros. Ellos hablan de apariciones y luces, asociados a los denominados chupacabras...

El chico ojos de fuego | Arcanos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora