Cuarta Parte: LLEWELYN - CAPÍTULO 45

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CAPÍTULO 45

Liam lo llevó a un pub ruidoso y lleno de gente. El lugar no era del agrado de Augusto, pero había decidido darle el gusto a su amigo. Esta iba a ser la última vez que se vieran por mucho tiempo.

—Vodka— pidió Liam a la camarera—, y para mi amigo...

—Agua mineral— intervino Augusto.

La camarera frunció el ceño, sorprendida.

—Es abstemio— le explicó Liam a la chica—. El conductor designado perfecto— sonrió.

La camarera asintió y se retiró de la mesa para ir a buscar sus bebidas.

—Podrías soltarte un poco por una noche, ¿no? ¡Diviértete!— le reprochó Liam.

—No necesito alcohol para divertirme, Liam. Estoy bien— protestó Augusto en voz baja.

—Eres un amargado— lo criticó Liam.

La camarera volvió con sus bebidas. Liam bajó su vodka casi de un solo trago antes de que Augusto siquiera alcanzara a abrir su botella de agua mineral.

—Espérame aquí, viejo, no te muevas, ya vuelvo— le dijo Liam, poniéndose de pie.

—¿A dónde vas?

—A traer un poco de acción a esta mesa— le guiñó el ojo el otro.

Augusto meneó la cabeza. Comenzaba a pensar que tal vez no había sido buena idea lo de su despedida.

Liam volvió unos momentos más tarde, abrazado por una mujer de cada lado: una rubia y la otra morocha. Las dos usaban maquillaje excesivo y ropa que no dejaba nada a la imaginación. La morocha traía una botella de tequila, que apoyó sobre la mesa.

—Esta es Eli— presentó Liam a la morocha—, y esta es Tammy— presentó a la rubia—. Tammy es para ti, porque sé que te gustan las rubias.

—Liam...— comenzó a protestar Augusto.

—Este es mi mejor amigo, Augusto— siguió Liam con las presentaciones—. Mañana parte a un monasterio en China. Este es su último día antes de que se vuelva un monje.

—No voy a ser monje, solo a estudiar...—comenzó a protestar Augusto.

Tammy se sentó sobre sus piernas:

—¿Qué vas a estudiar, cielito?— le preguntó.

—Artes internas— dijo Augusto, más que incómodo.

—No necesitas ir hasta China para eso, cariño— le dijo ella entre risitas—. Yo puedo enseñarte todas las artes internas que quieras— agregó, tomándolo inesperadamente del cuello y besándolo largamente en los labios.

—Tammy, por favor...— intentó Augusto desembarazarse de ella sin éxito.

—¿Tienes algo? Necesito algo o me voy a morir— le pidió Liam a Eli.

—Solo me queda una, Liam— dijo ella, sacando una pequeña bolsa plástica transparente de su cartera que contenía una pastilla—. Y creo que tu amigo la necesita más que tú.

—¡Al diablo con él!— dijo Liam, arrebatándole la droga.

—¿Qué es eso?— preguntó Augusto.

—¿Qué crees?— gruñó Liam, poniendo la pastilla en su boca y bajándola con un largo trago de tequila, directamente de la botella.

—Liam, esto no es buena idea...— intentó Augusto.

—Cállate, viejo, no seas aguafiestas— le respondió su amigo, y luego a Eli: —Ven, vamos a bailar.

Los dos se mezclaron rápidamente entre el gentío que bailaba en el centro del salón, y Augusto se quedó con Tammy, aun sentada en su falda.

—¿Quieres bailar?— le propuso Tammy con la cabeza inclinada hacia un lado.

—No, gracias, Tammy— le contestó él un tanto envarado.

—Entiendo— sonrió ella con lascivia—. Podemos tener nuestro propio baile aquí— le murmuró al oído mientras le metía una mano por dentro del pantalón.

Augusto dio un salto en la silla que casi los llevó a los dos al piso.

—Por favor, no...— le rogó Augusto.

—Tranquilo, bebé, si prefieres un lugar más privado...— le propuso ella.

—No, Tammy, no quiero sexo contigo— se puso firme él.

—Tu amigo ya me pagó de todas formas— le dijo ella—. Deberías aprovechar.

—¿Cuánto tiempo?

—Dos horas.

—Muy bien, siéntate en la otra silla. Hablemos— le dijo Augusto.

—Liam no me dijo que eras de los que solo hablan, me dijo que...

—Olvida lo que Liam te dijo, hablemos.

—De acuerdo— se encogió de hombros ella, y se fue a sentar a la silla donde había estado Liam.

—¿Viene mucho Liam aquí?

—Creí que ibas a hablarme de ti, cielito...

—Contéstame, ¿viene mucho aquí?

—Sí, todos lo conocen.

—¿Y siempre se alcoholiza y se droga?

—¿Desde cuándo conoces a Liam?— frunció el ceño ella.

—Contéstame, por favor.

—Eres una de sus niñeras, ¿no es así?

—¿Cómo?

—Uno de esos pseudo-amigos que su padre le envía para que lo vigilen.

—No, soy su amigo, de verdad, nos conocemos de la secundaria.

—Si eres su amigo de verdad, déjalo en paz. Él hace lo que puede.

—¿A qué te refieres?

—No sabes nada de él, ¿no es así?

—Cuéntame.

—No, eso no me corresponde. No soy una soplona.

—Me preocupa, quiero ayudarlo— dijo Augusto.

—Tú no puedes ayudarlo, nadie puede.

—No creo que eso sea cierto.

Ella suspiró:

—Si no quieres sexo y no quieres hablar de ti, tengo otros clientes esperando...

—Vete.

—No hay reembolsos, cariño...

—¡Lárgate!

—Liam tiene razón, eres un pobre amargado— le dijo ella, poniéndose de pie y sacando un cigarrillo de su cartera—. Que te vaya bien en China— se despidió. Encendió su cigarrillo y se fue a la barra.

Augusto suspiró, jugueteando con la tapita de su agua mineral.

EL SELLO DE PODER - Libro V de la SAGA DE LUGWhere stories live. Discover now