—... Nos meterá a la cárcel por llegar tarde o algo por el estilo. ¿Qué hora es? 

Derek sonrió al ver las mejillas encendidas de su esposa. 

—Las seis con siete, querida. 

Loren soltó un gemido de resignación y tras un breve momento, se plantó frente a su esposo, puso una mano en la cintura e hizo un ademán con la otra señalando su aspecto. 

—Bueno, sé sincero ¿cómo me veo? 

Derek se levantó lentamente, sin apartar la mirada de ella y metió las manos en los bolsillos de su pantalón mientras la evaluaba. 

—Creo que voy a proponerte matrimonio otra vez. 

Ella relajó los labios en una sonrisa y meneó la cabeza. 

—¿Cuáles crees que se ven mejor? —Loren se apartó el cabello, lo sostuvo tras su nuca y giró la cabeza, mostrándole un pendiente diferente en cada oreja. 

Derek frunció una ceja, ambos eran exactamente iguales salvo que uno era plateado y el otro dorado. Estaba en aprietos. 

—Aaah... 

—¿Y los zapatos? —levantó un pie a la vez. 

Él comenzaba a sentirse acalorado, lo mismo era para los zapatos, uno plateado, otro dorado ¿cómo diablos iba a saberlo? 

—Eeeh... 

—Olvídalo, voy por los negros —se dio por vencida finalmente y volvió a quitarse los accesorios— ¿Y tú qué llevarás puesto? 

Derek bajó la mirada hacia la pechera de su suéter a cuadros azules, su pantalón de pana café y se encogió de hombros.

—Esto. 

Ella se giró para mirarlo de arriba abajo, con los ojos como platos. 

—¿Cómo que eso? 

—Dijeron que era una cena informal. 

—Sí, querido, pero cuando personas como ellos dicen «informal» en realidad no lo dicen en serio —le explicó mientras se deslizaba lentamente el labial rojo por la boca—. Para ellos ir «informal» es estar embutidos en seda y algodón egipcio de hilo de oro. 

—Creo que exageras un poquito. 

—Claro que no, viven en una zona residencial —dijo ella, como si eso lo justificara todo. 

Derek soltó una suave risa al comenzar a entender la lógica que seguía su mujer. 

—Cariño, te aseguro que de todas formas Gregory Gellar debe pasearse en calzoncillos flojos por su cocina de mármol.

Tras una larga hora y media, la familia estaba dentro del auto camino a la casa de los Gellar. 


Loren Vanderbilt iba luciendo sus mejores pantalones de mezclilla y un sencillo suéter de cuello alto. Se había dado media vuelta escaleras arriba cuando vio a su esposo y a su hija con atuendos ordinarios justo antes de salir. No podía ser la única ridícula bien vestida. Por el bien de su familia tuvo que sucumbir ante la presión y adaptarse a ellos. 

A las ocho con un minuto las luces delanteras del auto iluminaban las altas rejas metálicas de los Gellar. El padre de Ginger no podía creer la magnitud de aquella casa y su madre tuvo que inclinarse hacia delante y frotar el paño del parabrisas para dar mayor crédito a lo que veía. 

Ginger por su parte estaba muy nerviosa, le sudaban las manos y sentía mariposas pululando en el estómago. Sus padres y los de Sebastian no se conocían aún y temía que algo malo sucediera esa noche. 

Lo que todo gato quiereWhere stories live. Discover now