Epílogo

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Contenido adicional creado exclusivamente para la edición publicada por la editorial. 

La señora Vanderbilt corría de un lado a otro de su habitación, sacando cosas del clóset, abriendo los cajones de la cómoda, desparramando cosméticos sobre la cama, buscando los rulos para el cabello mientras sostenía horquillas entre sus dientes. 

—Derek, ¿qué hora es? —sofocada, le preguntó a su esposo. 

Derek Vanderbilt soltó un suspiro tras el periódico que estaba leyendo y miró detenidamente el reloj de su muñeca. 

—Querida, siguen siendo las seis con cinco —dijo, y volvió a ocultarse tras su periódico. 

Ella lo miró escandalizada. 

—No puede ser, hace diez minutos eran las seis con cinco, tu reloj debe estar congelado —lo apuntó vagamente con el puntiagudo tacón de un zapato de lentejuelas mientras con precario equilibrio se metía el otro en el pie. 

Continuó yendo de aquí para allá por la habitación y al darse cuenta de que no podía hacerlo más rápido, decidió quitarse los zapatos. 

—Derek, vamos tarde, deberías ir a encender el auto. ¿Qué hora es? 

—Las seis con cinco querida... oh no, espera, las seis con seis. 

Esta vez la escuchó proferir un resoplido. 

Loren se acercó al espejo y comenzó a fruncir la cara en extrañas muecas mientras se aplicaba máscara de pestañas tan veloz que estaba a punto de sacarse un ojo.

—Es tardísimo. 

—Querida, los Gellar nos invitaron a las 8, ¿qué quieres hacer allá tan temprano? ¿Llegar a barrer? —le dijo con calma, sin apartar la atención del periódico. 

—¿Dónde está Ginger? Ya debería estar lista. Espero que «ya» esté lista. 

Derek se encogió de hombros. 

—Creo que está tomando una siesta. 

De nuevo se escuchó un resoplido, esta vez más fuerte. 

—Espléndido, llegaremos aún más tarde. Al parecer nadie aquí se da cuenta de que es Navidad y el tráfico de todo el planeta se congrega justo a unas cuadras de aquí —espetó mientras se colocaba unos largos pendientes al tiempo que iba a abrir el clóset por décima vez —, entonces no llegaremos a tiempo a nuestro compromiso y quedaremos en total vergüenza ante los Gellar y después... 

Cómodamente sentado en el mullido sillón, Derek dobló su periódico en cuatro, lo dejó en la mesita a su lado y observó a su esposa mientras esta hablaba irritada y se desnudaba para meterse dentro de otro vestido, se había probado 7 de ellos y ahora optaba por uno de terciopelo verde musgo de mangas largas que se le acomodaba de maravilla a las curvas de su cuerpo y caía con gracia sobre las rodillas. 

Aquel alboroto era el efecto que había dejado la invitación de Sarah y Gregory Gellar para pasar la Navidad con ellos y conocerlos formalmente. 

Los Vanderbilt habían aceptado gustosos, sin embargo Loren entró en crisis nerviosa al enterarse de quién sería ahora su consuegro, pues no era precisamente un hombre a quien quisieras de enemigo. Su reputación en los juzgados defendiendo lo indefendible y saliendo invicto sin ningún rasguño le había hecho ganar a pulso el apodo de «el abogado del diablo» por cortesía de la prensa londinense.

Y que la mano derecha de satanás te invitara a pasar la Navidad en su mansión, tomar ponche y cantar villancicos no era cualquier cosa para Loren Vanderbilt. Se encontraba al borde de un ataque. 

Lo que todo gato quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora