Capítulo 18

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Gracias a Dios. 

Keyra no estaba en la habitación. Por lo tanto, el aire era respirable. 

Ginger se dejó caer de espaldas sobre el colchón con los brazos extendidos hacia arriba y cerró los ojos con fuerza. 

Incluso la parte trasera y oscura de sus párpados seguía recordando el rostro inquietantemente triste de Sebastian con más nitidez que si los tuviera abiertos. No podía soportar verlo tan roto. 

«Tal vez debas irte a casa, necesito estar solo un buen rato». Le había dicho. Ginger lo comprendía, pero aun así, se sintió mal al ser más un estorbo que un consuelo. Sebastian trató de suavizar sus palabras, incluso hizo un esfuerzo por sonreír y había dicho «nos veremos en la mañana». 

Comenzaba a cuestionarse si había sido una buena idea que Sebastian conociera a su familia... No, a su familia no, a su padre en específico. 

Algo extraño se le clavaba en la espalda. Deslizó una mano entre ella y el colchón sacando una gruesa carpeta forrada en peluche rosa. En el centro tenía bordada una enorme K con lentejuelas doradas. 

«¿El diario de Keyra?». 

¡Jesús! De pronto las manos le quemaban como si estuviera sosteniendo la mismísima Biblia del Diablo.

Miró furtivamente a su alrededor como si alguien la pudiera estar viendo y se sentó en el borde de la cama mientras abría la tapa con lentitud. 

Lo que vio en el interior la dejó tan sorprendida como desconcertada. 

La primera hoja era un boceto hecho a mano de una versión ficticia y estilizada del cuerpo femenino. La silueta parecía estar posando; con los brazos en jarras sobre su diminuta cintura y una pierna más adelante que la otra, como si caminara en una pasarela invisible. Lo que más la tenía fascinada era la originalidad con la cual los colores se mezclaban y se difuminaban en la ropa que vestía a la mujer. Era un atuendo extravagante de alta costura que jamás había visto en ningún desfile de modas, aún. 

Pasó la siguiente hoja con el crujido del papel y se encontró con la misma mujer, pero con otro guardarropa totalmente diferente, más sobrio, más casual, pero muy original. Tres hojas después lo supo, estaba frente al trabajo de un artista. 

Un estrepitoso sonido en la puerta la hizo pegar un salto y arrojó la carpeta lejos de sí. Todas las hojas se salieron de su lugar, cayendo como copos de nieve en la alfombra, desperdigándose por donde quiera. 

Desde el umbral de la puerta, Keyra observó horrorizada el descenso de las hojas y luego su furibunda mirada se oscureció al fijarse en Ginger. 

Avanzó lo más rápido que las muletas le permitían avanzar. Ginger ya se esperaba lo peor, la habían agarrado con las manos en la masa, se la había cargado a pulso. 

Pero en vez de jalarle las greñas, Keyra se dejó caer de rodillas y juntó las hojas con movimientos rápidos y torpes... como si el contenido fuera porno que tratara de ocultarle a una niña pequeña. 

—Eres una infeliz —dijo con la furia reprimida en su temblorosa voz— ¿¡Qué has hecho!? ¿Cómo te atreves? —chilló.

—Lo siento. 

—¡No, claro que no lo sientes! ¡Eres una imbécil! 

Ginger de verdad que lo sentía, nunca creyó que eso fuera a ocurrir algún día, pero realmente estaba arrepentida con Keyra, sobre todo cuando se arrodilló para ayudarle a recoger y ella le arrebató las hojas violentamente. Vio su rostro enrojecido, pero algo le decía que no era de cólera. No, Keyra no estaba enojada, estaba avergonzada. Está bien, tal vez ambas cosas.

Lo que todo gato quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora