Capítulo 12

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—¡Oye, bestia! Me duele —se quejó Sebastian propinándole un manotazo a Magda para que apartara sus malignas garras de la curita sobre su ceja izquierda. 

Esta se rio burlonamente. 

—Eres una niña chillona.  

Sebastian entornó los ojos y meneó la cabeza. Ginger se reía cuando se fastidiaban, era como ver a dos amigos de toda la vida pelearse amistosamente, porque la verdad era que Magda trataba a Sebastian como si fuera mujer y Sebastian trataba a Magda como si fuera hombre. Ella tenía esa facilidad de entrar en confianza y Ginger le fue agarrando cariño muy rápido. 

Eran el grupito más raro y variopinto de la cafetería. Comenzando con Sebastian; el chico de la belleza exquisitamente exótica que encajaría en cualquier mesa si quisiera por su popularidad instantánea y al que saludaban coquetamente todas las chicas que pasaban a su lado, como si se conocieran de toda la vida. Ginger; la nerd inadaptada con quien nadie hablaba ni conocía salvo por su papel de mascota del equipo, el cuál le reducía la reputación a una célula de garrapata que, estaba todavía más reducida después de su incidente en la fiesta de Keyra. Se había creado algo de fama (mala fama en realidad) pero no tardó en que se borrara de la mente de todos, dejándola de nuevo sin nombre. Magda; la más reciente adquisición, corazón de oro, lengua de fuego, cara de asesina serial y actitud castigadora. Hubiera tenido a varios aliados de no ser porque alguien hablaba pestes de ella, quitándole público. Si bien era cierto que nadie le dirigía la palabra, también nadie osaba entrometerse en su camino si no querían acabar con un absceso lleno de pus del tamaño de Groenlandia en el trasero. 

Ese día, en la mesa junto al baño de la cafetería (que sin saber cómo, esa sería la mesa permanente que los identificaría), Magda estaba a punto de llevarse su monumental sándwich de dos pisos a la boca cuando levantó los ojos y vio una escena de película de terror: Sebastian y Ginger a punto de besarse. 

—Eh, eh. Oigan, estoy comiendo —advirtió agitando su sándwich, salpicando la mesa con gotitas de mostaza. 

Sebastian hizo como que miraba a otro lado y Ginger escondió su sonrojo entre las manos. 

—Pecadores —se burló Magda—. Son como sanguijuelas; nada más se juntan y quieren succionarse todo. Si quieren fornicar, enfrente vi un hotel. 

Sebastian estalló en una carcajada. Ni siquiera existía dicho hotel. 

—Ya cállate y trágate eso. 

Magda sonrió satisfecha. Estaba a punto de dar la primera mordida cuando sintió un empujón en el hombro, seguido de una mucosidad resbalándole por el cabello hasta la sien. 

Sorprendida, levantó los ojos hacia Ginger y Sebastian, tenían cara de estupefacción y miraban algo más allá de ella. 

Magda volteó sobre su hombro y vio a Keyra con toda su bola de sirvientes burlándose y apuntándola con el dedo. Algunos incluso hasta chocaron los puños. Le había tirado el puré de papas encima. 

—¿Ya ven? —dijo Keyra— Les dije que encontraría un sombrero que quedara bien con su cabezota —dijo con su voz de pajarraco. 

Magda se levantó amenazante con el sándwich en la mano. Todos en la cafetería permanecían en un cortante silencio, con cara de querer esconderse bajo las mesas como en un tiroteo de cantina. 

Ginger se tensó y Sebastian, a su lado se puso alerta por si había que intervenir. 

Keyra tenía algo de miedo... Bueno, mucho miedo, pero para eso se previno llevándose a todo el equipo de rugby tras ella. 

Magda se pasó los dedos por la frente y los sacudió salpicando el piso de puré. 

—Entonces —empezó ella dando un paso hacia adelante— tú eres la perra que le dijo a todos que yo era una perra ¿no? —otro paso adelante. Keyra se irguió y levantó la barbilla en gesto desafiante. Cerró las manos en apretados puños para evitar que le temblaran— Bueno, escucha, perra: tú no me conoces, y estoy harta de toda esa mierda que tiras contra mí, así que— abrió el sándwich y, de improviso, lo estampó contra la cara de Keyra girándolo y embarrándoselo mientras hablaba— hazme el favor de tener tu periodo en un tanque lleno de tiburones. 

Lo que todo gato quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora