Capítulo 6

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¿Alguna vez te has arrepentido de decir algo justo en el momento en que sale de tu boca?

Sebastian sí, y se quería arrancar la lengua.

Ginger sabía que él tenía razón.

Era perfectamente consciente de que vivía día a día todo lo que él acababa de adivinar. Todo era cierto; pero una cosa es saberlo, y otra muy diferente es pretender que nada pasa.

Vivía atrapada dentro de una bola para hámster, sin poder cruzar al otro lado por culpa de la basura que todos tiraban en su camino. Decir «hey, aquí estoy» nunca funcionaba.

Despreciada antes de ser conocida.

Ginger no sabía exactamente qué había hecho para que la trataran de esa manera tan despectiva, probablemente nada, pero nadie lo veía de esa manera. Todas esas experiencias las tenía bloqueadas, refundidas en el rincón más rezagado de su corazón... fue tan difícil enterrarlo todo, tardó años; y así tan fácil Sebastian llegó y...

Lo miró a los ojos. Él parecía escrutarla con esa mirada tan tierna, pendiente de sus reacciones, pendiente del recorrido que una lágrima solitaria descendía por su mejilla.

Ginger no hizo nada por limpiársela.

Y no hizo nada por hablar.

Solo se dedicó a mirar cada veta azul de los ojos de Sebastian, buscando, tratando de entender por qué maldita razón él parecía comprender la situación mejor que ella, por qué tenía esa sensación de que él podría llegar a conocerla mejor cuando ella ni siquiera tenía claro quién era. Todo el mundo parecía ver algo malo en su persona, pero Ginger no se daba por enterada.

No lo pensó más, levantó ligeramente la barbilla y tragándose su lágrima, caminó con paso digno airado.

«Date tu lugar».

«Demuestra cuánto vales».

Sebastian caminó detrás de ella, asegurándose de hacer ruido con las suelas de los zapatos para que Ginger supiera que la seguía. Era la primera vez que la veía caminar con los hombros rectos y firmes. Hasta le parecía más alta, más imponente.

—Ginger...

—Por favor, no me sigas —dijo tajante, sin asomo de emoción en la voz y sin voltear.

La siguió de todos modos.

Ella se dio cuenta.

Lo ignoró de todos modos.

Cuando llegaron a las escalinatas de la casa, Sebastian se sentía agotado y ni siquiera había corrido.

—Ginger, ¡Ginger! Por Dios, ¿qué dije?... Bueno, sé qué dije pero ¿por qué te pones así?

Ginger subió las escalinatas de dos en dos, abrió la puerta y cuando entró se la azotó a Sebastian en la cara.

Argg, mujeres.

Él aporreó la puerta con el puño.

—Ginger, ábreme.

«¿Ábreme?»

Él ni siquiera vivía ahí como para exigir eso, pero siguió intentando.

—¿Podríamos hablar un momento?

Silencio.

Volvió a aporrear la puerta.

Silencio.

Lo que todo gato quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora