Desde que un par de hombres bien vestidos les abrieron las puertas dobles de cristal, se cruzaba el umbral del país de las maravillas; con sus sofisticados detalles en dorado; paredes llenas de florituras; flores por aquí, flores por allá; altos techos; vidrieras, mármol, delicados muebles estilo Regencia y lámparas de cristal. 

El salón de baile era hermoso. Iluminado en su mayor parte por velas aromáticas; el techo era acristalado y si alzaba la vista, podía ver la nieve formando cúmulos; en la mesa del buffet descansaba una escultura de hielo con forma del Escudo de Dancey High, iluminado en luz amarilla y roja desde la base; todos los centros de mesas eran altos jarrones de cristal que escupían orquídeas blancas recién cortadas... 

—...y estás hermosa. Ginger dio un respingo y lo miró a los ojos. 

—Perdón, ¿me hablabas a mí? 

Sebastian fingió estar ofendido. 

—No, ¿cómo crees? —replicó en tono burlón— Yo que te había recitado un poema. 

Ginger rio. 

«"V" it's very, very extraordinary...». 

—Mentiroso, tú no te sabes ningún poema. Y van diez veces que me dices hermosa. ¿Qué es lo que tanto te gusta de una persona como yo? —le preguntó perspicaz. 

—Nunca dije que me gustases.

Ginger se quedó muda por un momento y luego dijo: 

—De acuerdo, entonces, ¿por qué te preocupas por alguien como yo? 

—Porque me gustas. 

«"E" is even more than anyone that you can adore». 

Y justo ahí, en medio de la pista, habían dejado de bailar de tácito acuerdo. Los demás seguían flotando y girando con sus parejas. Ellos estaban estáticos, mirándose a los ojos. 

Sebastian tomó las manos de Ginger y las llevó alrededor del cuello, luego entrelazó los dedos sobre la piel desnuda de su espalda y la atrajo hacia él. 

—Maldita sea, Gin, no puede ser que nadie se haya fijado en ti antes —continuó—. No me entiendas mal, me hubiera muerto si alguien más te tuviera —le apartó un mechón tras la oreja. Su voz fue adquiriendo un tono cada vez más apasionado—. Eres inteligente, tierna, divertida y estás hermosa, Dios, siempre estás hermosa. Tan solo mírame, me tienes como embrujado, es como si me hubieras abierto la cabeza para luego embutirte dentro. No he podido dejar de babear por ti en toda la noche, no he dejado de admirarte...En fin, eres... eres tú, y haberme enamorado de ti ha sido la segunda mejor cosa que me ha pasado en la vida. 

—¿La segunda? 

—La primera —esbozó una de esas sonrisas lentas— fue haberte conocido. 

Ginger rodeó con más fuerza el cuello de Sebastian hasta que sintió el calor y la firmeza de su cuerpo a través de la fina tela del vestido. 

—Creo que hoy estás muy sentimental —sus labios estaban muy cerca de su barbilla y su aliento lo acariciaba—. Eso no es justo, tú siempre estás encandilándome de esa forma y yo casi nunca logro decirte nada lindo. 

Sebastian le deslizó las manos por los brazos descubiertos, por la suave curva de sus hombros hasta su esbelto cuello. 

Usó los pulgares para acariciarle las comisuras de los labios dulcemente. La tocaba como si no pudiera mantener sus manos apartadas de ella. Y sonrió con la mirada clavada en sus labios. 

Ginger de repente sintió la boca seca y entreabrió los labios inconscientemente. 

—Te lo aseguro, no hace falta que digas nada —dijo en un ronco susurro. 

Lo que todo gato quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora