Ninguno de los dos estaba dispuesto a romper el hielo, pero Sebastian era el desesperado, así que maldijo para sus adentros y comenzó diciendo: 

—Ya me cansé de preguntar por qué esta familia está tan desmoralizada, así que ahórramelo y dime lo que quiero saber. 

Gregory dio un par de bocanadas tranquilamente antes de esbozar una media sonrisa y voltear lo justo para mirar a lo alto de la pared a su derecha. 

—Es un bonito retrato familiar—apuntó con la cabeza el cuadro de la pared en el que aparecían él, Sarah y Gerald con caras sonrientes y poses recatadas—, ¿no es así? 

Sebastian miró esos rostros con recelo y su interior gritó de impotencia al encontrar lógico que el suyo no apareciera. —Gerald ha sido todo un orgullo —continuó tras otra calada al cigarrillo—. Es tan bueno en lo que hace que comienzo a sospechar que es mejor que yo. 

Sebastian se movió incómodo. 

—Y tu madre... —se detuvo para fumar de nuevo y soltar el humo lentamente— se ve tan feliz ahí, ¿verdad? 

Sebastian se limitó a guardar silencio, por lo que Gregory insistió: 

—¿Verdad? 

—Sí —admitió hoscamente, con la mirada fija en la deslumbrante sonrisa con la que Sarah iluminaba el retrato. 

Gregory aplastó la colilla del cigarro contra el cenicero de cristal del escritorio y miró a Sebastian a los ojos mientras rodeaba el escritorio y se sentaba en su esquina. 

—¿Quieres que te cuente una historia? —preguntó con un dejo de sarcasmo— Mi padre se llamaba igual que tú, «Sebastian» —su tono era desdeñoso y agitó una mano teatralmente haciendo burla de los aires de grandeza con los que había pronunciado el nombre. 

Esto irritó a Sebastian.

—Si solo vas a burlarte de mí, me largo —dio media vuelta. 

—Adelante, la puerta es muy grande. Piérdete de escuchar la razón por la que tienes que vivir como un... una mascota doméstica —sonrió victorioso al ver que Sebastian se detenía en la puerta y se giraba. 

—¿Qué has dicho? 

—Sé por qué cambias de forma. Mi padre era igual que tú —repuso con un dejo de desprecio. 

De repente el aire volvía a faltar y Sebastian luchó por controlar su respiración. Su corazón dio un vuelco que sacudió todo en su interior. 

Esta vez, si se desmayaba, lo haría dignamente. Se acercó a la silla más cercana y la arrastró hacia atrás dejándose caer pesadamente en ella. 

Ayer no tenía familia, ni hogar, ni dinero, ni suelo donde caer muerto y ahora lo tenía todo: un padre insensible, una madre desquiciada, un hermano odioso, una mansión abrumadora, un pasado escabroso, la posibilidad de pudrirse en dinero...y un abuelo mutante. 

Se vio obligado a reprimir una carcajada irónica. Pasó una mano por su rostro, soltando un gruñido sordo. De pronto se sentía agotado, física y mentalmente. 

Gregory lo observaba desde atrás, siendo consciente de la lucha interna que Sebastian trataba de contener... la que él una vez hace diecinueve años tuvo que librar. Casi sentía lástima por él, se permitió suavizar el semblante y clavó la mirada en los hombros de Sebastian. Se había vuelto tan fuerte y tan alto. Los genes pura sangre de los Gellar se hacían presente en todo lo que Sebastian era, reclamando su lugar de regreso. 

De repente, Sebastian volteó bruscamente clavando los ojos en Gregory quien tuvo que recuperar su máscara de frivolidad. 

Se miraron limitándose al silencio, pero la pregunta estaba implícita en los ojos de Sebastian.

Lo que todo gato quiereWhere stories live. Discover now