—Yo no lo hice —a Sarah le temblaba la voz. 

Sebastian compuso una mueca de dolor. 

—Quiero creerte..., pero no puedo y lo sabes. 

—¡Sebastian, yo te quiero! ¡Tu padre me obligó! —chilló— Tu padre...me obligó. 

Había sido suficiente, era como si el aire se hubiera vuelto tóxico de repente. 

Sebastian salió corriendo de ahí dejando a su madre llorando, dejándola deslizarse por la pared hasta el suelo y escondiendo el rostro en las manos. 

En el pasillo chocó con Ginger y la agarró de los hombros en un movimiento brusco para que no cayera. 

—Ginger, vámonos de aquí —jaló su mano pero ella no se movió— ¿Gin...? 

Miró a Ginger, tenía los ojos muy abiertos en una expresión de sorpresa y miraba algo más allá de él. 

Sebastian volteó, y cuando lo vio, cuadró los hombros. 

Tenía enfrente a Gregory Gellar, su padre. 

Tan alto como él, tan parecido a él que costaba aceptarlo. Su cabello negro azabache comenzaba a encanecerse en las sienes y una profunda arruga surcaba su frente. Los rasgos seguían siendo fuertes, angulosos, definidos. Todo en Gregory era Sebastian, salvo por sus pardos ojos. 

Si Gregory se impresionó al ver a su hijo, no lo demostró demasiado. Aunque no cabía duda de que lo reconocía, sabía quién era. 

Sebastian ocultó a Ginger tras su espalda como si la estuviera protegiendo de una amenaza y miró a su padre con una mezcla de desafío y orgullo en los ojos. Gregory hizo lo propio.

El desconsolado llanto de Sarah todavía se escuchaba ahogado desde la habitación. Gregory retrocedió sin apartar los ojos de Sebastian y miró dentro de la puerta abierta a su mujer. 

—¿Qué le hiciste? —preguntó inquisitivamente. 

—No, ¿qué le hiciste tú? —repuso Sebastian entre dientes. 

Greg lo ignoró deliberadamente, asió el marco de la puerta con ambas manos y su expresión se suavizó hasta tornarse dulce cuando dijo: 

—Sarah, por Dios, levántate, cariño. 

El osito de peluche salió volando hacia él, rebotándole en el pecho. 

—Está bien, como quieras —se apartó, lanzándole una mirada extraña a Sebastian antes de pasar junto a él y seguir su camino por el pasillo como si nada ¡Como si nada! 

—¡Oye! —le gritó, pero Gregory no se volvió— ¡Te estoy hablando! 

—Shh, Sebastian —siseó Ginger nerviosa. 

Él no le hizo caso, salió tras su padre a paso airado y pisadas fuertes que hacían eco en el techo del vestíbulo cuando pasaron junto a las escaleras y siguieron derecho por el pasillo hasta el final de este. 

Gregory entró en la última habitación y no cerró la puerta. Sebastian se desconcertó totalmente, ¿era eso una invitación a pasar? 

Invitación o no, entró de todos modos. 

Su padre seguía sin darse la vuelta, todo lo que veía era su ancha espalda enfundada en la chaqueta gris del traje. 

Estaban en una especie de biblioteca, que también servía como oficina para sus negocios. Greg caminó hasta el ventanal tras el pesado escritorio de caoba, sacó un cigarrillo del bolsillo de la chaqueta, un encendedor de plata con tapa y lo encendió mientras sostenía el cigarro entre sus labios. Escrutando la vista completa que tenía del gris Londres, gris como la nube de humo que exhaló por la nariz y boca.

Lo que todo gato quiereWhere stories live. Discover now