Sufrimiento, oscuridad y desesperanza.

¿Alguna vez podría escapar de aquella maldición?

Deshaciéndome de la desesperación y el miedo, pensé con rapidez en una solución. Me pasé la mano por la cara, limpiándome la sangre y el sudor, y apreté la mandíbula.

—Iré a buscarlos —le informé.

—No puedes —dijo Amber—. Tienes quedarte a nuestro lado. Otros guardianes se harán cargo de la situación.

—Fue lo mismo que me dijeron hace un rato —contesté, zamarreándola—. Pero no, no está funcionando. ¡Sus malditos métodos no están funcionando!

Ella apretó los labios, y puso sus manos encima de mis dedos.

—Suéltame, Celeste.

Mirándola con una mezcla de asco y decepción, la solté y me giré para caminar hacia la salida del estadio. El recorrido estaba lleno de humo y ruinas. Alguien corrió detrás de mí y me agarró de la mano, deteniéndome.

—No puede ir, es peligroso.

Me volteé, y me encontré con el rostro afable de Ross. Su mirada de súplica, su posición determinada, su boca segura.

—Ross, déjala —comentó Ágata, acercándose también—. Está convencida, y esto le servirá para darse cuenta de que no todo es de color rosa.

—Nuestro deber es protegerla —repuso Ross.

—Ella no quiere ser protegida —replicó ella.

Me solté con un movimiento brusco, y retrocedí.

No tenía tiempo para más problemas.

Girando, doblé las rodillas y comencé a correr hacia la salida. No sabía si me estaban siguiendo, no sabía si alguno de ellos me acompañaría, no sabía si estaba sola. Nada de aquello era importante en ese momento. Mi única reacción era correr, correr y correr..., y buscar a mis padres.

Era la desesperación de una hija que estaba a punto de perderlo todo. Mis padres eran todo lo que tenía, y yo era todo lo que ellos tenían. No podía permitir que alguno de nosotros amenazara con romper el núcleo que nos concedía la vida. Mi mundo estaba destrozado, de mil maneras, y me negaba a permitir que lo que quedaba en pie desapareciera también.

Me llevé una mano al cuello, sintiendo el tacto del metal tibio sobre mi piel. La cadena que me había dado mi madre aún continuaba adherida a mi cuerpo. Era una especie de amuleto de la suerte que me incitaba a seguir y a no rendirme..., a tener esperanza. Quizá era una tontería, pero la prefería a echarme a llorar sobre la mugre.

El piso bajo mis botas era un desastre. Había cemento, brasas y carbón esparcido, además de nubes de polvo acumulado. Correr se hizo dificultoso, y esquivar los obstáculos también. Cuando llegué a la salida, donde debería haber estado la recepción, me detuve para coger aliento e hice una mueca de fastidio. Debía decirle adiós a la opción de salir por allí.

La entrada se había derrumbado a causa de las explosiones y las llamas. El tejado y las vigas se habían ido abajo, acumulándose en una inmensa pirámide de ruinas y cemento. Era como un montoncito de arena y piedras, pero en versión aumentada.

Me relamí los labios y asentí con la cabeza.

La única manera de llegar a la calle y buscar a mis padres era atravesando la salida, pero la pirámide de ruinas se había impuesto negándome aquella posibilidad. Podría haberla escalado, porque había escalado cosas peores que aquella destrucción, pero no podía perder más tiempo. Necesitaba llegar hasta arriba y ahorrar cada segundo.

Celeste [#2]Where stories live. Discover now