Capítulo 9

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La campana anunció que las clases de hoy habían finalizado, que todos los estudiantes que estaban en aquellas aburridas últimas horas con sus profesoras o profesores podían largarse de una vez por todas, incluyéndome

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La campana anunció que las clases de hoy habían finalizado, que todos los estudiantes que estaban en aquellas aburridas últimas horas con sus profesoras o profesores podían largarse de una vez por todas, incluyéndome.

Gracias al cielo.

Gala me sonrió con dulzura y se despidió de mí apresurada, ya que su madre pasaría por ella puntualmente para ir al médico a hacerse unos chequeos. Todos mis compañeros fueron abandonando el aula paulatinamente y yo me tomé unos minutos extras para reacomodar mi mochila, mis útiles y, por lo tanto, darme un tiempo a solas. Sin embargo, toda la armonía que reinaba en aquel instante se vio interrumpida por el estallido de un manual de química y física con seis unidades completas sobre el pupitre de Gala, al cual reaccioné dando un salto hacia atrás, asustada.

—¡Casi me matas de un susto! —exclamé con exasperación al encontrar a Sebastián con sus ojos centrados en los míos y con sus manos apoyadas sobre el regordete manual.

—Vos me estás matando de la intriga—contestó, quitando las manos del manual.

—Te visitaré en tu tumba—le aseguré mientras metía apresuradamente mis últimos útiles escolares en la mochila.

—¿Por qué no querés contarme lo que te pasó? —rodeó el pupitre de Gala, acercándose a mí—. No te hice nada malo.

—La pregunta es: ¿por qué querés que te cuente? —levanté la cabeza para mirarlo a los ojos.

—Quiero entender cómo de un momento a otro estás lastimada.

—Entiende que me caí, Sebastián.

—Entiende que no me comeré esa mentira, Nadia—dio otro paso al frente—. ¿Fue el chico que te pasó a buscar por el colegio ayer?

—No, a él lo vi durante la tarde y a vos te vi a la noche—contesté, cruzándome de brazos. Estaba demasiado cerca de mí.

—No estabas lastimada en ese entonces—pensó en voz alta—... ¿Fue tu papá?

—No—negué rápidamente, descruzándome de brazos y subiendo mi mochila encima de mi banco.

—¿Quién fue?

—No hubo alguien—insistí, cerrando el cierre de mi mochila—, hubo algo: me caí.

—¿Por qué te lo guardas? —agarró mi mochila, evitando que me la colocara en el hombro.

—¿Por qué te interesa tanto? —se la quité con ímpetu—. Me estresa que estés encima mío solamente porque querés saber algo que ya te dije. No me conocés, Sebastián, y yo no te conozco a vos.

Me colgué una de las tiras de mi mochila en mi hombro derecho y, tras echarle una última mirada a Sebastián, amagué para retirarme del aula.

Fue ridículo.

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