Capítulo 6 (Parte 2)

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Adán creyó que se vería a sí mismo dieciséis años más joven.

Estaba equivocado.

En vez de sonrisas en su graduación de bachiller, en lugar de ver partes del discurso de su antiguo director, Adán se encontró con una grabación diferente. Allí no estaban ni los vergonzosos saludos de sus padres a la cámara ni el plano detalle de los mensajes genéricos (como «Nunca cambies» o «¡Suerte en la universidad!») que sus excompañeros de clase le habían escrito en la chemise beige de su uniforme.

Ante sus ojos estaba un recuerdo que preferiría haber olvidado.

—Pensé que había destruido esa cinta.

Lo que deseaba era ver a su hermanita de nueve años una vez más, abrazándolo mientras él la cargaba, no como lo haría un hermano sino un papá. Él sabía que los siete años entre ellos y la muerte prematura de sus padres había cambiado su relación para siempre.

De hecho, su abuela le recordó, pocos días antes de la Navidad Roja, cuando Bianca y él habían dejado de hablarse, que amaba como ellos se trataban más como padre e hija que como hermanos, incluso a pesar de que, a primera vista, no se asemejaban en casi nada. Bianca era menuda y de cabello lacio, él tenía varios kilos de más y una cabellera castaña e indómita; solo cuando reían era que su parentesco se hacía innegable. Ambos tenían los mismos hoyuelos, la misma sonrisa.

«¡Y eso es lo que quiero ver! Su sonrisa —se dijo—. No esta basura».

En el video que se reproducía ahora también estaba él, no en bachillerato sino culminando la universidad. Se trataba del Adán de hacía una década, uno con ojeras debajo de los ojos y la mirada pesada por la culpa y el cansancio.

El Adán del video puso la cámara sobre un trípode. El aparato, todavía grabando, se cayó sobre un macetero, pero él no lo notó, toda su concentración estaba volcada en destapar una Polar. La chapa tintineó al caer cerca de varias botellas de cerveza vacías en la mesa tapiada de carpetas y documentos, ubicada frente al sofá en el que él se sentó.

Solo cuando Adán apartó tres botellas en busca del control de la cámara fue que se dio cuenta de que el trípode estaba ladeado sobre su mata de sábila.

—¿Qué coño haces? —se escuchó decir a Bianca en el video.

—Mi trabajo —. A pesar de que la cámara seguía grabando en un ángulo extraño, se veía claramente cómo el Adán del video se frotaba el rostro, frustrado—. Todavía hay tiempo.

—¿Estás grabando lo que te pidió Rafael?

—No, vale. Grabo mi querido diario. Voy a contarle a la cámara cuál de los Backstreet Boys humedece mis pantaletas—. Se detuvo por un momento—. Y no hables de Rafael. Se supone que no debí decirte nada.

Bianca entró a la sala y se cruzó de brazos. Tenía diecisiete años, y su cabello oscuro a la altura de los hombros endurecía lo que antes había sido un rostro dulce.

—¿Estás desayunando cerveza? Es demasiado temprano para estar bebiendo.

—No he dormido, así que para mí es demasiado tarde.

Bianca comenzó a recoger las botellas y, sin darse cuenta de que había más en el suelo, tumbó unas con el pie, derramando algo de cerveza rancia. Al percatarse de esto, dejó caer sobre la mesa las botellas que tenía en las manos; varias de ellas escupieron su contenido espumoso hasta hacerlo chorrear por los bordes del mueble.

—¡Se acabó!

—¿Te volviste loca? —preguntó Adán recogiendo las carpetas y documentos tan rápido como pudo.

—Es en serio. No voy a dejar que botes nuestro futuro con el tuyo.

Sentado en el apartamento de Lili, el Adán del presente estrujó su teléfono con tanta fuerza como para romperle la pantalla. Jamás pensó que se arrepentiría de haber pagado por digitalizar todos sus videos caseros luego de que su abuela lo llamara, hacía unos meses atrás, para amenazarle con botar sus viejas cintas de VHS si no los visitaba.

Ese día, tras asegurarle a gritos que estaba muy ocupado como para ir a verla, Adán le pagó de inmediato a Raúl, un colega en Mérida con aspecto de rockero desempleado, para que buscara las dichosas cintas y las transformara a formato digital. Unas semanas más tarde, había recibido su «colección de VHS» mediante Dropbox.

—Pagué bastante —le dijo a Raúl—, así que espero que todo esté perfecto.

Para asegurarse de la calidad del trabajo, había descargado varios archivos al azar en su móvil. Quería confirmar que había valido la pena. Desafortunadamente, no había tenido oportunidad de ver ningún video hasta ahora. La buena noticia era que no se podía quejar del resultado final. Lo malo es que lo había comprobado con la grabación de uno de los momentos más agrios de su vida.

El Adán del presente dudó en quitar el video, aún sabiendo lo que estaba por ocurrir.

—¿Botar mi futuro? —dijo el Adán del video—. Me la sudé para entrar en la Misión, Bi. No voy a tirar la toalla.

—Bobo, te lo ruego. Ya imprimí tu renuncia. Solo falta tu firma y "Chao Cheo".

—La Misión nos va a forrar en billetes.

—¿Pero a qué precio? Esas pasantías nos están matando.

—No exageres.

—¿Exagero? —Bianca señaló las botellas.

—Puedo dejar de beber cuando quiera.

—¿Igual que papá?

Ese comentario hirió tanto al Adán del video como al Adán del presente.

«Bianca, a ti te encanta Shakespeare, ¿verdad? —Adán presionó la pantalla para detener la reproducción—. ¿No fue él quien dijo que la pluma era más poderosa que la espada? ¿Que las palabras eran peores que el arma más letal? Pues Dios te bendijo con el don de la palabra...»

—Y al hacerlo nos maldijo a los demás —murmuró, viendo como la lluvia castigaba la ventana del apartamento de Lili.

El celular no reaccionó. El Adán del video se quedó ceñudo, respirando de forma entrecortada, en tanto que el Adán del presente tocaba la pantalla de su teléfono móvil una y otra vez, sin lograr que hiciera lo que quería.

«¡Maldita sea!»

—Yo estoy en control —dijo el Adán del video.

El Adán del presente intentó pausar, cerrar, minimizar... conseguir deshacerse de esa maldita grabación como fuera posible.

Después de muchos intentos, la pantalla se apagó.

—Por fin.

El audio, sin embargo, continuó. Era como si su teléfono estuviera poseído.

Aunque Adán cerró los ojos y se quitó el audífono, ese archivo de video lo había infectado, abriendo en su mente una de las heridas más dolorosas de su pasado.

Continuará...

Las grietas en el laberintoWhere stories live. Discover now