Capítulo 1 (Parte 1)

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Adán disparó.

Casi no tenía balas.

—¿Lo ves? ¿Está ahí?

Sin dejar de concentrarse en el recodo del laberinto, escuchó la voz de su cliente, Zhang Wei, en los auriculares de su casco de realidad virtual. Aunque podría presionar un botón y manipular el videojuego con los permisos adicionales que tenía, prefería experimentarlo igual que quienes lo jugarían en unos meses.

—Paciencia —dijo Adán en voz baja—. Un poco más.

Empujó la palanca con el pulgar y caminó. Por su puesto, no era él quien se movía sino su personaje. Esa conmoción le causaba fatiga a la mayoría. No a él. Él era diferente. Se enorgullecía de serlo. Mientras que el resto de Venezuela se hundía en mierda, Adán había logrado mantenerse a flote.

Apretó los controles en sus manos. La tensión en sus músculos le lastimaba el cuello. De cuando en cuando olvidaba que no estaba realmente atrapado en un laberinto, que las paredes metálicas desconchadas por el óxido bermejo eran virtuales, que el eco lúgubre de sus pasos no era más que un efecto de sonido.

Jugaba un sofocante survival horror muy bien hecho.

«Pero puedo lograr que sea una obra maestra».

—¿Y bien? —insistió Zhang con un fuerte acento mandarín.

—Espera —Adán amusgó los ojos.

Allí, en las entrañas del oscuro laberinto, consideró usar el encendedor para ver mejor, incluso a riesgo de atraer enemigos. «Así es como se engancha al público —pensó Adán—. Sacrificios. Mientras más limitado sea su... ¡Ay no!». La silueta de una criatura enorme comenzó a tomar forma en la penumbra. Su cuerpo membranoso, cubierto por una capa gelatinosa (que de seguro lo haría inmune a las balas), se arrastró por el techo para abrir las delgadas tráqueas sobre sus seis patas espinosas; cientos de ojos diminutos buscaban su presa todas direcciones.

Presionó el botón de pausa.

—Tenemos un problema.

Zhang rumió algún improperio que no necesitaba traducción.

—¿Ahora qué?

—La jugabilidad y el diseño del jefe final no están casados.

—No entiendo.

Con economía de movimientos, Adán colocó el casco de realidad virtual sobre la mesa junto a su ordenador y se masajeó los párpados cansados. No era la primera vez que esto ocurría. El gran problema de ser un "doctor de guiones" en la industria de los videojuegos, era que muchos de sus clientes no querían entender sino que preferían apostar por la mediocridad. Cuatro meses antes, un desarrollador español le había asegurado que la trama no importaba siempre y cuando se le diera al jugador pan y circo.

—¿Qué hace grande a The Last of Us?

—De seguro me lo dirás —Zhang sonó exasperado.

—En The Last of Us los enemigos son ciegos. Mutados por un virus, solo te atacan si te oyen —explicó Adán—. Lo interesante es que el jugador también debe usar su oído para cazar a esas criaturas. Son reflejos el uno del otro. Aunque no haya sido infectado, él también es un monstruo. ¿No es obvio?

—No.

Adán suspiró.

—El gameplay debe ir de la mano con el tema, y tu jefe final está desconectado de...

—Bitcoin no crece en los árboles.

—¿Perdona?

Adán se estaba enfadando.

Las grietas en el laberintoWhere stories live. Discover now