Capítulo 5 (Parte 2)

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La ira bulló dentro de Adán hasta que no pudo contenerla y un grito explotó en su boca, como un géiser.

—¿Qué pasó? —preguntó una voz asustada a su espalda—. ¿Estás bien?

No supo quién le hablaba ni tampoco entendió la pregunta. ¿No era obvio? ¡Nada estaba bien! Su apartamento era un desastre: el escritorio se hallaba patas arriba, no quedaba ni rastro de sus consolas y computador (excepto por un control estropeado cerca de sus pies), parecía que su clóset y gavetas hubieran vomitado sus entrañas sobre la hedionda alfombra empichacada, y... «Ay, no». Rodeados por los trocitos de vidrio de la pecera destruida, sus dos peces permanecían inertes en el suelo.

En medio de la angustiosa penumbra, Adán se detuvo en el recibo-comedor y miró en todas direcciones antes de echarse a reír. Por supuesto, no se trataba de una carcajada de alegría, pero tampoco una de amargura. Su cuerpo había reaccionado por sí solo y, sin saber qué hacer, terminó soltando una risotada extraña que sonó igual que una hiena.

—¿Estás bien? —insistió la voz.

Adán se volvió para encontrar a Lili en el pasillo de afuera. A ella se le había ido el color del rostro. Era difícil saber cuánto tiempo llevaba allí, cubriendo su boca abierta con una mano temblorosa.

—¿Bien? —Adán levantó los brazos, recalcando la desgracia a su alrededor—. ¡Fabuloso!

Lili se miró los zapatos, apenada.

—Fue una pregunta estúpida.

—¿Te parece? —Su tono de voz la hizo encogerse de miedo. Esto lo sacudió. Necesitaba controlarse—. Perdón. No te quise gritar.

—Tu mano... Todo tú... —dijo ella mirándolo de arriba abajo—. ¿Qué pasó?

Adán sabía que debía de verse tan mal como su apartamento. Su mano hinchada y ropa sucia no hacían sino resaltar su rostro ojeroso, demacrado por los estragos de casi cuarenta y ocho horas sin dormir. Sin embargo, su rabia todavía mantenía a raya el dolor y el cansancio. Lo que realmente lo afligía era la falta de control. Había sobrellevado el gentío en el autobús y la inmundicia del estacionamiento al aislarse dentro de sí mismo, separándose de lo que sucedía en su entorno, aferrándose a la promesa de que pronto llegaría a casa.

Y ahora no tenía una casa a la que volver.

¿Cómo explicarle a Lili que cada cosa fuera de lugar, que cada objeto robado, lo atosigaba? «Se siente como insectos arrastrando sus pequeñas patas espinosas en mi cerebro». ¡Su santuario había sido profanado! Habían violado su hogar, su trabajo, su vida. Donde antes había orden solo quedaba un caos total que le revolvía el estómago.

Ella jamás lo comprendería. Nadie podía hacerlo. Ni siquiera él mismo lo entendía a veces.

¿Qué había pasado? Eso era lo de menos. Lo que lo atormentaba era la pregunta que no lograba responder: «¿Cómo había sucedido esto?»

—Nemo y Secuela están muertos —dijo Adán tras un largo silencio.

Lili no supo de qué le hablaba hasta que él levantó a los peces de la alfombra y los echó en el inodoro. Adán dejó los ojos clavados en el retrete hasta mucho después de que la espiral de agua succionara a sus mascotas muertas, haciéndolas desaparecer. «¿Mascotas?» Tal vez no eran solamente parte del decorado, a pesar de todo.

—¿Tienes a quién llamar? —preguntó Lili desde la puerta.

—¿Ah?

Adán se obligó a pensar en otra cosa que no fuera el sonido de sus zapatos chapoteando en la alfombra. Si llamaba a su abuela no haría más que sacarle canas nuevas. Tampoco quería involucrar a Bianca o a Darío en esto.

«Es el tipo de mierda que no quiero que ellos vivan».

—A la policía, supongo. Poner la denuncia.

—¿Te busco una camisa de fuerza?

Primero el taxista y ahora ella. Aunque nunca la conoció, Adán sabía que su tía abuela se había ahorcado en el patio de su casa después de pasar una temporada entre paredes acolchadas. Él no le encontraba gracia a que lo llamaran loco, algo de lo que Lili se percató de inmediato.

Sorry. Sé que no estás para chistes—. Ella hizo un gesto de súplica con las manos y se sonrió—. Si pones la denuncia será peor.

A pesar de la cascada de miseria que le había caído encima esa noche, Adán no consiguió ser inmune a ese carisma embriagante que ella despedía. Movimientos que en otros eran triviales, en ella resultaban hipnóticos.

—Llamada o no —Adán recogió el control de PlayStation 4 del suelo—, tengo que hacer algo.

—Lo sé, pero no hoy—. Lili se mordió el labio, pensando—. Mira, aquí hay quien sabe hasta qué champús usan los vecinos. Ellos nos ayudarán a encontrar tus cosas mañana.

Adán frunció el ceño, asqueado por la posibilidad de que alguien estuviera vigilando cada decisión que tomaban los residentes de El Silencio, en especial las suyas.

—Si quieres hacerme sentir mejor, Lili, estás sacando veinte puntos en la boleta — levantó el pulgar, su voz llena de sarcasmo.

—Vercia, me pones difícil hacer de buen samaritano.

Adán su cruzó de brazos.

—Los buenos samaritanos son tan comunes como los unicornios. ¿Has visto caballos con cuernos últimamente? No en el planeta tierra. Aquí nadie ayuda a nadie a menos que los motive el interés o la culpa.

—¡Pues yo soy fuera de este mundo! —Aún tiritando y algo nerviosa, Lili le ofreció su mano—. Déjame ayudarte.

Tal como si un dique se hubiera roto, la mente entumecida de Adán se desbordó súbitamente: «No forzaron la reja. Alguien usó la llave. ¿Por cómo? ¡Coño! —Apretó la quijada, molestándose consigo mismo—. Salí corriendo a cerrar el agua, dejé al plomero solo en el apartamento... ¡Y dejé mis llaves adentro!».

Adán se imaginó al plomero haciendo una copia de la llave en el minuto que a él le llevó entrar y salir. ¿Cómo pudo ser tan estúpido?

«La respuesta lleva puestos shorts de jean y una franelilla blanca, huevón».

—El plomero...

Lili puso los ojos como platos.

—¿Qué pasó?

—Tú lo trajiste a mi apartamento. Todo esto es tu culpa —Adán acortó la distancia entre ellos y la desafió con la mirada—. Dime la verdad.

—¡Está bien!

Adán se quedó petrificado por la rapidez de su respuesta. Lili se llenó los pulmones de aire antes de continuar, parecía que iba a llorar:

—Te diré la verdad.

Continuará...

Las grietas en el laberintoWhere stories live. Discover now