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Capítulo diecisiete.

Decisión.



—Bien...

Izuku se encontraba en la cocina, traía un delantal azul pastel y un pañuelo en su cabeza, el joven había enmangado las mangas de la camiseta gris que traía puesta, para luego ver desafiantemente a la caja de huevos que había sacado de la nevera.

Aquel sábado se había levantado antes de que Katsuki lo hiciera (donde, después de cientos de alborotos, gritos y regaños, pudo conseguir pasar de nuevo la noche en la habitación del rubio) asegurándose de que no se despertara al momento en que se escabulló de la cama.

Pensó que sería un lindo detalle el preparar el desayuno por su propia cuenta como agradecimiento de haberle dejado estar con él.

Había visto en libros de cocina y tutoriales de internet sobre los conceptos básicos de la cocina y también ciertas precauciones que debía de tomar si es que no quería lesionarse y, sobretodo, enfadar a Katsuki.

Había visto en comics, películas y libros un desayuno bastante común que a su parecer era delicioso; un par de huevos revueltos acompañado de dos piezas de tocino, una rebanada de pan tostado y jugo de naranja, en las imágenes que había visto de aquel desayuno siempre le hacia agua la boca.

Y creyó que estaría bien, puesto que generalmente, Katsuki desayunaba un tazón de cereal todas las mañanas, restándole mucha importancia el desayuno, cosa que para Izuku no estaba bien ¡El desayuno era la comida más importante del día y Katsuki no se lo tomaba en serio! Por ello mismo, aparte del agradecimiento, tomó la iniciativa de preparar un desayuno decente.

Así que, una vez recordado los pasos a seguir de la comida, abrió la puerta de la nevera y sacó todo lo necesario, se había asegurado de que todo lo necesario estuviese, a excepción de las naranjas, las cuales le pidió a Katsuki el día anterior como excusa de que las naranjas le subían los ánimos de tanto llorar, lo cual, milagrosamente, el mayor se creyó, trayendo una bolsa de éstas después de que llegó del colegio.

Buscó entre los muebles de la cocina a aquel objeto que le serviría para freír los huevos y tocino, encontrándolo pocos minutos después, tomó el sartén negro que había hallado y lo llevó a la estufa donde se prepararía el desayuno.

Dejó que éste obtuviese la temperatura necesaria para poner los huevos y tocino, fijo su mirada a los dos pequeños óvalos blancos en la mesa, sabía que con un simple golpe podrían quebrarse y sería terrible tener que limpiar el suelo por derramarlo, así que tenía que aplicar la fuerza necesaria para que el cascarón pudiese separarse y no desparramarse, pero tampoco tan suave pues las probabilidades de que se rompiera bruscamente eran mayores, no se sabría hasta que golpe sería su límite.

Decidió dejar a un lado los huevos, primero se iría con lo que creyó más fácil: el tocino. Así que, del paquete que había sacado de la nevera, tomó dos piezas de éste y las colocó como sumo cuidado sobre el sartén, dando un pequeño brinco en su lugar cuando escuchó la grasa de la carne siendo freída, aquello le había ocasionando un gran susto.

Dejó que ambas piezas de carne se cocinasen mientras que él seguía batallando con respecto a qué manera rompería los huevos. Quiso dejarlo en manos del destino y tomó uno, dándole un ligero golpe contra la mesa, escuchó un crujido, supuso que eso sería suficiente, observó el huevo donde había golpeado y vio la grieta que creó en él, supuso que eso sería suficiente.

Enséñame a no estar solo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora