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Capítulo quince.

Verdad.





Los minutos eran eternos, su único interés en ese momento era que el reloj marcase las dos con treinta, para que la clase diese por finalizada, el profesor citara los deberes para la próxima semana y así pudiese largarse de ese lugar.

No sabía qué, o más bien, no quería admitir la razón por la cual de su ansiedad de llegar. Abrir la puerta y verlo, allí, sentado haciendo una actividad de lo más ordinario, que dejase de realizarla y le dedicara esa sonrisa que, no sabe en qué momento o cómo lograba hacer que todo el fastidio que le provocaba aquel infierno llamado colegio se esfumase, suavizara su expresión y fuese a sentarse a su lado, donde pasaban largos minutos, incluso horas, sin hablar mucho, cada quien en una actividad diferente, pero siempre sintiendo el calor de su cuerpo, a través del suave contacto de sus hombros que chocaban.

Oh, y como olvidar aquellos molestos besos, como los odiaba, pero ¿Por qué de sólo pensar en ello se le revolvía el estómago? Juraba que en aquel momento sintió la piel del pecoso contra sus labios, tan suave y con un olor algo irritante para su nariz, no es porque fuese fuerte o desagradable, al contrario era un dulce olor a frutas silvestres que seguramente se quedaban impregnado en su ser debido a los baños, usaba el jabón para el cabello de su madre, pero debido a que el cabello de ella era tan rebelde, por lo que el olor no se quedaba tan bien comparado al rizado y suave de Izuku, cada vez que agitaba la cabeza y sus verdes cabellos se movían y desprendían ese olor.

Se sobresaltó al escuchar el timbrar de la campana que siempre indicaba cuando una clase llegaba a su fin, regresó a su realidad y enfocó la mirada en el profesor que se encontraba escribiendo en la pizarra, ni se tomó la molestia de terminar con la oración, porque si no, sería abucheado por los alumnos exigiendo de que los dejase ir cuanto antes.

Dio las indicaciones, finalizar con la actividad que se estaba llevando a cabo, una vez dicho esto, los alumnos se levantaron de sus asientos, tomando sus pertenencias y guardándolas para ya retirarse. Katsuki no se quedó atrás, le importó poco si alguna hoja se arrugaba o si se maltrataba, tomó todo y lo aventó dentro de su bolso escolar, se levantó y con un empujón de su pie al pupitre lo acomodó en su lugar, caminando con las manos metidas en sus bolsillos del pantalón salió del aula, dirigiéndose a la salida del instituto a un paso acelerado, iba a correr, pero sería extraño que Katsuki Bakugou, el problemático y solitario chico se viese tan apresurado por llegar, no quería levantar ningún tipo de sospecha, mucho menos con la mierda de personas que había en aquel patético lugar.

Estaba tan centrado en su objetivo de irse de allí, que no notó en que momento su hombro chocó contra el hombro de otra persona que iba en sentido contrario de él, sintió sólo un leve empujón, de esos que suelen haber cuando hay mucha gente en un lugar, por lo que le importó un guisante y continuó con su caminando, haciendo que el sujeto con el que chocó chasquease la lengua, diese media vuelta y siguiese el rumbo que tomó Katsuki.

Salió del instituto, ya sólo era cosa de caminar unos cuantos minutos hasta su hogar y disfrutar de su tarde, pero no sabía que un grupo de personas le seguían desde unos metros atrás, fue unos segundos después que lo notó, creyó que se trataría de otros alumnos, después de todo, el camino que tomaba quedaba por la parada de autobús, donde muchos jóvenes iban para tomar el transporte que los llevaría hasta su hogar.

Enséñame a no estar solo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora