—Eso deberías preguntárselo a Karel-san —dijo tras unos instantes de silencio, durante los cuales los ojos del modelo no dejaron de escrutar su rostro.

Noel resopló, sorprendido hasta cierto punto de haber obtenido una contestación.

—¿Crees que él no querría venir por la misma razón por la que tú tampoco lo deseabas? —preguntó al final, animado por la anterior respuesta.

—Noel, eso deberías...

—... preguntárselo a Karel-san —terminó el modelo por él, con un asomo de burla en su voz, ganándose con ello una breve pero elocuente mirada por parte de su asistente—. Entiendo que a ti ese lugar te parezca... inadecuado —continuó, escogiendo cuidadosamente sus palabras, consciente de que tocaba temas de índole tan íntima que Kato no tenía por costumbre comentar ni siquiera con él—, pero... ¿no debería ser Karel más abierto respecto a estos sitios?

Kato no dijo nada y Noel susurró:

—Será mejor que se lo pregunte a él cuando vuelva al hotel.

—Noel, si tan molesto estás con la situación, quizás...

—No, déjalo —murmuró, sintiendo de repente que se comportaba como un crío—, olvida lo que he dicho.

—Como quieras —dijo el japonés con complacencia, pero Noel no pudo sacudirse de encima aquella estúpida sensación de desilusión.

Al fin y al cabo, se dijo, Karel no tenía por qué acompañarlo si no quería. Que él hubiera hecho planes nada más recibir la noticia de que tendría oportunidad de visitar el Sodoma en su apretada agenda de aquella semana, y lo hubiera interpretado como una oportunidad para sobar al publicista en medio de una sudorosa pista de baile, no quería decir que Karel debiera acoplarse a sus deseos, sobre todo cuando sus deseos tenían una naturaleza tan lasciva y escandalosamente pública como la que resultaron tener. Quizás las insinuaciones del propio Noel acerca de lo que podía o no podía pasar aquella noche habían tenido mucho que ver con la decisión final de Karel; en todo caso, no podía culparle por querer mantener al menos cierto nivel de intimidad, intimidad que la abarrotada atmósfera de la famosa discoteca se encargaría de destrozar.

Hizo entonces un esfuerzo en imaginar a su asistente y amigo en semejante ambiente y no le costó lo más mínimo visualizar su profunda incomodidad ante tal despliegue de inmodestia, su intensa mirada de reprobación ante lo que él consideraría comportamientos fuera de lugar, su pose rígida y forzada, intentando mantener la compostura en medio de una marea de hombres que luchaban por perderla. Podía entender a Kato, entonces ¿por qué no podía entender a Karel? ¿Sentiría el publicista un rechazo parecido al de su amigo o su negativa se debía a una razón completamente distinta?

Perdido como estaba en sus pensamientos, apenas se percató de que el vehículo se había detenido, y no reaccionó hasta ver a Kato delante de él, abriéndole la puertecilla para que se apeara. Al hacerlo, se encontró en un callejón sin salida, tan sólo iluminado por una farola cuya bombilla zumbaba peligrosamente, como si su luz estuviera a punto de extinguirse. Un gato maulló con agresividad, antes de saltar hasta el suelo desde el contenedor en el que estaba agazapado, para perderse en las sombras. Desde donde estaba, podía escuchar el sordo retumbar de la música que sonaba al otro lado de la pared de ladrillos junto a la que Kato había aparcado el coche.

Su asistente se acercó a una oxidada puerta de metal y dio dos rápidos toques con los nudillos. Cuando la puerta se abrió, Noel percibió en todo su esplendor el estruendo de la música que sonaba allí dentro, a la vez que un hombre fornido y vestido de negro se asomaba por la abertura e intercambiaba unas rápidas palabras con Kato. Tras consultar algo a través de su walkie-talkie, los hizo pasar, y Noel comprendió que estaban entrando en el Sodoma desde una puerta de servicio, ahorrándoles el escándalo que supondría hacerlo por la entrada principal.

Una noche en el SodomaWhere stories live. Discover now