Día 265

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Pensé en la posibilidad de salir de mi habitación. No quería, pero mamá no estaba en casa. Y me había dicho que tenía helado de vainilla en el congelador. Un suculento y hermoso helado. Sería una lástima que alguien glotón lo encontrara. Pero así iba a ser.

Busqué mis pantuflas de conejito. Metí mis pies. Abrí la puerta. Caminé por el pasillo. Bajé las escaleras. La cocina lucía diferente. Me sentí extraña. Como una invasora. Pero el helado valía la pena.

Me aproximé al congelador y abrí la puerta. Ahí estaba, un litro de hermoso helado. Tomé el envase. Lo abrí.

Arroz. Tenía arroz adentro.

¡Por un demonio, mi helado! Empecé a odiar a mamá y a su manía por reutilizar todos los envases de productos.

Me sentí como cuando de pequeña visitaba a la abuela y encontraba muchas latas de galletas de mantequilla que no tenían galletas, si no hilos, botones y estambres.

Al lado, había otro envase. Lo tomé nerviosa. Lo abrí. ¡Helado! ¡Por fin!

Mis Días Sin TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora