Capítulo 34: Más cerca del embarazo.

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—De eso me encargo yo —asintió Alexa.

—Después tendremos que esperar a que los óvulos maduren antes de proceder a la implantación en tu útero —señaló a su novia, que suspiró algo nerviosa antes de sonreír—. Tranquila, no te va a doler nada.

—Tranquila, si le duele también voy a tener que encargarme yo —dio un suave apretón a su novia y se sonrieron.

—No te queda otro remedio, mam... —frenó a mitad de la frase y tuvo que reírse.

Tendría que decirle luego, en la intimidad, que no la llamase más así. Bastante vergüenza pasó cuando lo dijo delante de sus padres en fin de año. Aunque bien era cierto que Alexa había bebido un poco esa noche.

—Al mismo tiempo que ella está con su tratamiento, tú, Alexa, tendrás que tomar otro tratamiento hormonal muy distinto. Procederemos a una preparación endometrial, para ello tomarás estrógenos y progesterona para favorecer el crecimiento del endometrio y que este adquiera el grosor y tamaño adecuado para la implantación embrionaria. Tienes tres opciones: vía vaginal, oral o en parches.

—¿También puede administrármela Raven si no me siento cómoda con ello?

—¡Alexa! —no tardó demasiado en sentir las mejillas arderles. Qué vergüenza, por Dios. Se tapó la cara y no se atrevió ni a mirar a la doctora.

—¡Era una curiosidad! —se defendió la idiota de ella.

—Sí, puede administrártela Raven, Alexa —contestó la mujer con cierto toque divertido.

Dios santo.

Alexa se rio suavemente y buscó su mano para entrelazar sus dedos a la vez, perfectamente sincronizadas, y decidieron comenzar con la entrevista clínica, típica de ginecología, y con las pruebas para proceder a la estimulación ovárica cuanto antes.

Sabían que era un proceso largo, pero iba a merecer la pena y podrían practicar el ser pacientes la una con la otra.

X X X

Sacó con cuidado la aguja y observó el rostro de Raven, que miraba hacia el techo tranquila, antes de inclinarse y besar con cuidado su abdomen, justo donde le había dado el pinchazo. El proceso hormonal estaba siendo una locura y ambas necesitaron reunir demasiada paciencia, más de la que pensaron que necesitarían. Una de las restricciones más importantes fue que les prohibieron los estimulantes y, por supuesto, el alcohol. ¿Raven sin su copa de vino? Una realidad. Y en realidad lo que era el alcohol no lo llevaban mal, lo peor era Raven sin su café de por las mañanas y ella sin su té. Por Dios, ¿un vaso de leche? ¿Un zumo? ¿Qué era eso? No lo sabía, pero se volvía loca, porque ella también empezó hacía unos días con los malditos estrógenos y a saber qué más. Y se sentía una abuela con tantas vitaminas y pastillas de no se qué para el embarazo.

—Rave —la llamó mientras descansaba la cabeza sobre el hueso de su cadera, acariciando distraída su vientre y con los dedos de Raven recorriendo su pelo una y otra vez—. Si no sobrevivo a las hormonas, quiero que sepas que no he querido jamás a nadie como a ti.

—Lo sé.

Se quedó en silencio, porque a pesar de que su voz había sido cálida y suave, no le decía nada de vuelta. Levantó la cabeza y escaló por su cuerpo hasta quedar a la altura de sus ojos. Pasó la mano por su frente para apartar varios mechones, preocupada por si le pasaba algo, y no esperó que Raven la mirase unos segundos a los ojos antes de besarla a la vez que sujetaba su nuca. No se iba a quejar, para nada, y correspondió el beso como buenamente pudo.

Jadeó en busca de aire cuando la mano libre de Raven agarró su culo y la presionó contra ella, y la miró sorprendida.

—¿Quieres...?

Nuestro momentoWhere stories live. Discover now