Capítulo 1: Sorpresas.

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Hacer la compra nunca le había gustado. Y menos tan temprano. Siempre intentaba hacer una lista de las cosas imprescindibles que necesitaba; la cual se dejaba en la encimera de la cocina, consiguiendo que acabase comprando de todo menos lo que realmente le hacía falta. Podría alimentarse a base de chocolate, donuts y patatas; pero, por desgracia, tenía que cuidarse, a pesar de siempre sacar tiempo para realizar ejercicio físico en el gimnasio, que quedaba a diecisiete minutos exactos en coche de su pequeño apartamento en esa nueva ciudad. No necesitaba más, se había acostumbrado a vivir sola desde hacía largos años, y pudo descubrir la parte positiva de depender de sí misma y hacer todo lo que quisiera porque: su casa, sus normas. Además, en un espacio reducido tardaba menos en limpiar. Todo eran ventajas.

Arrastró el carro por el pasillo de los dulces, de ahí no se iba sin una bolsa de porquerías y, quizás, unos chicles. Puso morros mientras paseaba la vista por el estante de chucherías antes de decantarse por unas gominolas con forma de animales, pero parece que alguien también decidió que ese iba a ser su objetivo.

—Lo siento —se disculpó apartando la mano y dejando que esa persona cogiese la bolsa que quedaba primero y, posteriormente, coger ella la siguiente.

—Gracias —su voz se le hizo extrañamente familiar, por lo que se giró para verla.

Una chica rubia con unas facciones increíbles la miró con sus ojos grises, y un delicado aroma a piña invadió sus fosas nasales automáticamente, recreando el recuerdo que experimentó justo antes de viajar a California. A su nuevo hogar.

—Mierda —tras decirlo, tiró rápidamente las chucherías a su carro para largarse de ahí.

—Tú eres la que fingió ser madre soltera, ¿verdad?

—No —contestó rápidamente.

—¿Me estás siguiendo? ¿Eres una especie de stalker o algo así? —escuchaba cómo sus pasos se acercaban a donde ella se dirigía— Oye, ¡te estoy hablando!

—Hola, Avery —se giró y puso su mejor sonrisa—. Sé que lo que pasó ese día no te gustó, y te pido perdón de corazón —llevó su mano para crear más dramatismo.

—No, no te perdono -la miró detenidamente y es que Avery estaba muy buena, y no pudo evitar morderse el labio mientras volvía a enfocar el rostro de la rubia—. ¿Qué haces aquí?

—Vivo aquí —entonces se percató de que, quizás, el "aquí" podía dar lugar a la confusión—. No en el supermercado... En mi casa, ¿quieres venir? -sonrió, y la chica puso los ojos en blanco.

—Lo que hacen algunas simplemente por un polvo -comenzó a andar para largarse de su lado.

—Eh, eras tú quien quería hablar las cosas —caminó detrás de ella con el carro agarrado con ambas manos, y ladeó su cabeza para mirar la baja espalda de Avery. Madre santa bendita, hacía tiempo que no veía un culo así, de los que daban gusto azotar—. Podrías haberte largado sin más al haberme reconocido -continuó—, pero me has preguntado... Y eso me dice que tienes algo de interés por lo que podría haber sido.

—En tus sueños —dejó claro, pero solo hizo que la siguiese con más prisas, colocándose a su lado y mirándola elegir unos yogures.

—Vamos, un poco de amor no le hace mal a nadie, y aún no conozco a mucha gente en esta ciudad. Me encuentro a veces un poco perdida.

—Alexa, no me vengas con dramas, que con una bromita ya te tengo calada —volvió a avanzar por el pasillo, y avanzó hasta colocarse de nuevo a su lado, dando un suave golpe en su carro y mirándola de reojo divertida.

Nuestro momentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora