⭐ Capítulo XI: La fiesta ⭐

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—¿No creéis que os estáis pasando?

Como si aquella fuera una verdadera fiesta de celebración, me habían refregado aceites y cremas que dejaron mi piel cubierta de pequeñas piedras preciosas. Acantha había recogido mi melena oscura en un moño elegante con adornos de perlas plateadas. Dos rizos negros se soltaron antes de que terminara y envolvieron cada lado de mi rostro. Con una caja de polvos de piedras de colores, cubrieron mis párpados de un color grisáceo y les dieron una profundidad enloquecedora. Del mismo modo, agrandaron mis pestañas y convirtieron mis secos y agrietados labios en esponjosa suavidad.

—Ess vuesstra fiessta de compromiso, Kenshae. Debéiss esstar radiante.

Titania estaba terminando de dar los últimos retoques al primero de los tres vestidos que llevaría durante la noche. Sobre la cama se extendía el traje de la Danza Nueva, que no es que fuera exactamente una prenda de vestir, porque estaba segura de que en la definición de "vestido" se incluía algo más de tela de la que eso tenía. Al otro lado estaba un vestido negro, abrigado y recubierto de piel. Le había dicho a Titania que al llegar las horas más frías de la noche, tras el baile, aquella sería una buena elección. Ella estuvo de acuerdo. Lo que Titania no sabía era que ese vestido me ayudaría a pasar desapercibida a lomos de Turmalina, si es que conseguía escapar.

Mi primer vestido era un traje perlado de largas mangas de encaje, entallado hasta llegar a las caderas desde donde se abría con el vuelo del tul. Sobre los hombros, una capa de pieles blancas en honor a Burgarsis. Finalmente colocaron la corona sobre mi cabeza y su peso asentó mi postura. Podría haberme mirado en el espejo, pero temiendo ver mi reflejo, decidí ignorarlo.

—Ess un vesstido hermosso —dijo Titania, deslumbrada.

—Essta noche sseréiss el foco de atención de todo el continente —agregó Acantha, tomándome de las manos—. No ssolo debéiss sser hermossa, también fuerte. Ssoiss Kenshae, pero también ssoiss una guerrera. Una ssuperviviente.

Unos nudillos llamaron a la puerta.

—Ess hora de bajar, Kenshae.

Según parecía, iba a tener escolta. Esperaba que la bebida y demás distracciones consiguieran que aquellos soldados se olvidaran de mí, llegado el momento.

—No sse preocupe por nada. —Acantha me dio un leve abrazo, lo justo para susurrarme al oído: —Lo tendremoss todo preparado. Ssaldrá viva de aquí essta noche.

—Dissfrute la fiessta, Kenshae.

Las dejé atrás y, custodiada por dos parejas de soldados, bajé por los pasillos. Ya sonaba la música y se oía cierto alboroto. La fiesta había dado comienzo.

Cuando descendí por el último tramo de escaleras, sentí muchísimos pares de ojos observándome. Ante mí se extendían miles de personas, ansiosas, curiosas y asombradas. Rostros en su mayoría desconocidos, aunque también algunos familiares. Además de aristócratas ascenitas, Thorir había traído a multitud de familias búrgalas. El salón estaba lleno, no cabía ni un alfiler.

Las exclamaciones de desconcierto y estupefacción no tardaron en llegar. Sabía lo que los ascenitas presentes estaban viendo. No solo era cierto que su princesa siguiese viva, sino que también lo era todo lo demás. El maquillaje se encargaba de ocultar las heridas que la celda había dejado en mi cuerpo, en mi alma. El vestido, las pieles, decían que ya no era como ellos. Decían que me había arrodillado ante Thorir. Decía que la invitación que habían recibido no era una macabra broma: estaba prometida con el príncipe de Burgaresis.

Aquello era exactamente lo que Thorir debía creer; lo que habíamos planeado. Sin embargo, me sentí como si alguien me hubiese arrancado las tripas. Traidora. Mentirosa. Desleal. Cobarde. Eso era lo que mis compatriotas estaban pensando justo en ese momento.

Crónicas de Ascenia ©Where stories live. Discover now