⭐ PRÓLOGO I: Selenide⭐

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El sonido del reloj dando las nueve acabó con mi paciencia en el mismo instante en que quebrantó el tenso silencio que rodeaba el cargado ambiente del comedor. Cada golpe hueco resonaba con la fuerza de una campana en el vacío de la sala, con lenta cadencia, segundo a segundo. Suspiré ruidosamente mientras mis dedos tamborileaban al son del profundo tic tac. Llegaban tarde, como siempre.

—Su Majestad, ¿desea que vuelva a calentar la cena? —Una de las sirvientas se dirigió a mí, agachando la cabeza con reverencia.

—Sí, por favor, Anea querida. —Me levanté de la mesa, recogiendo mi falda. Todos los criados y soldados que estaban alrededor se pusieron firmes de inmediato—. Iré a buscar al rey y a la princesa yo misma.

Las inclinaciones fueron excesivas cuando salí del salón. Mientras recorría el pasillo y subía las escaleras de mármol hacia los aposentos reales, me reí un poco de mí misma. Aún, después de casi treinta años viviendo en aquel castillo, seguía sintiendo cierta aberración hacia los protocolos. Había crecido siendo noble, sí, pero no de alta cuna por lo que nunca me había gustado que me mostraran demasiadas atenciones. En eso, mi única hija se parecía bastante a mí y muy poco a su padre.

Aquel pensamiento me condujo a otro sin poder evitarlo: mi princesa. Tan hermosa, tan inteligente y valiente. Siempre la había admirado, pues poseía toda la belleza de corazón que tiempo atrás me había enamorado de su padre. No tenía la menor duda de que sería una gran reina, igual a él, pero, aun así, me preocupaba ese don suyo. Ni por asomo lo consideraba un extravío, como mucho otros habían manifestado, por su relación con Ednos, dios de la Muerte, sino que más bien creía que la hacía única. Sin embargo, se estaba convirtiendo en un problema a la hora de encontrar marido, tal y como estábamos comprobando en los últimos años.

Sentí un dolor en el pecho cuando recordé el rostro de mi pequeña todas las veces que los jóvenes que habían venido a cortejarla y a pedir su mano se habían alejado de ella, normalmente movidos por el pánico o la repulsión hacia su persona, hacia sus capacidades divinas.Sin ser consciente de ello, me encontré llamando a las puertas dobles de su dormitorio. A esta altura de mi vida, no me sorprendió ver que la niña había vuelto a ordenar a los dos guardias que debían estar custodiando la puerta de sus aposentos que la dejaran en paz. Seguramente tampoco sus doncellas estarían cerca. Suspiré para mí misma. Discutirlo de nuevo sería un gasto de saliva innecesario.

—Adelante.

Como siempre, la encontré con la nariz sumergida en una novela de aventuras, su temática favorita, en lugar de estar leyendo algunas de las obras que sus profesores le habían recomendado para ampliar sus estudios. Levantó la vista apenas unos segundos para observarme.

— ¡Oh! ¿Quién será esa dama resplandeciente? Su centelleante belleza inunda la sala, como si del brillante sol se tratara. Es muy hermosa, —Me miró sobre las páginas—, pero cuando frunce el ceño se vuelve horrorosa.

— ¿Es eso de algún nuevo autor que lees? —pregunté con fingida inocencia.

—Invención propia —rió—. Se titula "Madre cada noche". ¿Cree que debería añadirlo en mi próximo libro de poesía?

—Solo si viene acompañado de una dedicatoria especial para mí.

Las dos nos echamos a reír. Era tan sencillo a veces bromear con ella, olvidando quienes éramos.

— ¿Has visto a tu padre?

—Padre seguirá en su despacho, seguro. —Dejó el libro sobre la mesa y se alisó la falda de color crema al ponerse en pie—. Últimamente pasa mucho tiempo allí solo. Lo que sea que le preocupa debe ser importante.

Crónicas de Ascenia ©Where stories live. Discover now