⭐Capítulo X: Reencuentro⭐

344 62 18
                                    

—Tengo una sorpresa para ti.

Alcé la vista de la infusión que Titania me había traído de la cocina y observé a Erik en la puerta de mi habitación. Cuando se apartó, Galadriela estaba allí, en el umbral, ataviada con sus cotidianas ropas sacerdotales y con el cabello esparcido a su alrededor como una aureola de fuegos fatuos.

No fui capaz de contener la alegría. Dejé atrás la silla y corrí hacia ella cuando entró en la sala y me abrió los brazos. Las lágrimas cayeron cuando su característico olor a ruda e incienso invadió mis sentidos. Mi mentora, mi amiga, me apretó con mucha fuerza.

—Durante semanas, he creído que estabas muerta.

Contemplarla, ver su familiar rostro entre todo aquello que era nuevo en el castillo, me hizo ser consciente de cuánto echaba de menos mi antigua vida. Añoraba las noches en el Templo y los viajes de formación, salir a cabalgar, reír con mi madre cuando ambas hacíamos alarde de nuestra complicidad, colarme de madrugada en el despacho de mi padre cuando tenía que trabajar y acabar quedándonos hasta el amanecer jugando a las cartas.

Todo aquello había desaparecido de un instante a otro. Galadriela, con esa mirada que todo lo veía, lo leyó en mis ojos, en mi rostro y en mi aura. Sus manos acunaron mis mejillas húmedas, obligándome a mantener la cabeza en alto.

—Has cambiado —susurró, conmocionada ante lo que sea que estaba viendo en mí—. Ya apenas puedo ver a la joven que eras. Puedo sentir la rabia, el miedo y la determinación. ¿Qué te ha sucedido?

Escuché cómo Erik cerraba la puerta, de tal modo que solo quedamos allí nosotros tres.

—Que he sobrevivido —susurré, encogiéndome de hombros. Di un paso atrás para salir de su agarre firme—. A la invasión, a una celda y, al parecer, también al torneo. Aunque, de todos modos, las pesadillas han sido el peor tormento.

—Mi pobre niña...—Me besó una mejilla y luego preguntó:— ¿Las has intentado descifrar?

—Un escenario blanco y luego, el rojo estallando. Dos sentimientos contrarios enfrentándose, como el dolor y el amor...

—Sangre sobre nieve fresca. Dos caminos, ambos cubiertos de rojo, de batallas y de pérdidas, pero uno llevará al amor y otro al odio.

—¿Cómo lo has...?

—Es exactamente lo mismo que veo en el futuro de nuestro país desde que el rey Thorir nos invadió.

Aquella información me sorprendió. Yo no poseía la habilidad de ver el futuro de alguien más, solo el mío propio. Ese Don le correspondía por entero a los grandes sacerdotes de nuestros templos, no a una simple emisaria. ¿Qué quería decir entonces que Galadriela y yo tuviésemos los mismos sueños? ¿Quién elegía qué camino tomar para salvar Ascenia?

Como si pudiese leer el hilo de mis pensamientos escritos en mi cara, Galadriela se acercó a mí, tomó una de mis manos y, sin despegar la mirada de mis ojos, preguntó:

—¿Es cierto que vas a casarte con el príncipe de Burgaresis?

Inconscientemente, mis ojos se desviaron hacia Erik, quien descansaba el peso de su cuerpo sobre una columna. A simple vista parecía relajado, apenas atento a la conversación, pero sus hombros tensos decían otra cosa. Él estaba esperando la respuesta a esa pregunta con tanta intensidad como lo hacía mi vieja amiga.

Sus palabras de la otra noche calaron de nuevo en mi conciencia: «Puedes sobrevivir luchando o sobrevivir huyendo, tú eliges. No me importa. No mientras consigas vivir». Ante aquello, yo no le había dado ninguna respuesta definitiva, ninguna seguridad sobre mis planes de huida.

Crónicas de Ascenia ©Where stories live. Discover now