⭐ Capítulo V: La Invasión ⭐

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Teníamos dos días para prepararlo todo. Bueno, en realidad, Erik era quién los tenía, porque yo no podía abandonar mi celda. La situación era frustrante, pues estaba dejando mi vida en manos de un enemigo. No obstante, Erik se pasó muchas horas sentado al otro lado de las rejas, hablándome, contándome los progresos que había tenido durante el día o en los periodos de tiempo que no había podido estar conmigo.

Muchas veces, cuando me dejaba sola, me planteaba si su actitud era alguna especie de juego; una maniobra en el tablero de la guerra para conseguir poder.

Al día siguiente, mientras estábamos sentados espalda contra espalda, me dije a mí misma que necesitaba entender las razones que tenía Erik para querer arriesgar su vida y su reputación por mí ahora y no antes. ¿Qué había cambiado en él desde la invasión?

—Necesito saberlo. ¿Estabas de acuerdo con invadir Ascenia de la forma en la que os ordenó tu tío? Nos tomasteis por sorpresa. Asaltasteis la muralla en plena noche. Masacrasteis pueblos enteros. Murieron mujeres y niños aquella noche. No me pareces un hombre que esté de acuerdo con actuar de un modo tan deshonroso, tan cobarde.

Erik miró el techo y suspiró, tomándose unos minutos de silencio para reflexionar su respuesta.

—No lo sabía, ninguno de los soldados lo sabía —confesó al final—. Thorir reunió a sus nobles hace semanas. Nos dijo que el rey de Ascenia había enviado un mensaje declarándonos la guerra. A la gran mayoría de nosotros nos sorprendió bastante. Hacía años que no había conflictos entre nuestros reinos, desde que en la Guerra de las Estirpes se creó la Muralla que separa nuestras culturas. Para nosotros, un enfrentamiento con Ascenia era algo impensable.

>>La confusión llenó la sala y Thorir aprovechó para exclamar que responderíamos con sangre, que iríamos en la noche y probarían el sabor del acero norteño. La gente gritó, eufórica. Al fin y al cabo, los búrgalos somos un pueblo guerrero. La mayoría de nosotros es capaz de luchar y cazar diestramente a los diez años. Antes, al cumplir los ocho, pasamos nuestra primera semana en las montañas heladas, donde debemos sobrevivir sin más ayuda ayuda que la de un cuchillo de piedra. Así que se podría decir que la gente vive la guerra de una manera diferente.

No podía si quiera llegar a imaginar un pueblo como el que él me describía. El mundo al que Erik pertenecía era bárbaro e inhumano. Un mundo de supervivencia y salvajismo.

—Todos los territorios fueron avisados; los soldados tomaron sus mejores monturas y recorrieron las sendas hasta la capital. Antes de congregar a mis ejércitos, me reuní en privado con mi tío para ver por mí mismo la carta. Me confesó que la había quemado en un arrebato de furia. No sospeché. Me ordenó prepararme y así lo hice. Nunca le pregunté si había redactado una carta de aceptación de la guerra o si había alguna posibilidad de diálogo.

Tragué saliva ruidosamente y dejé caer hacia atrás la cabeza. Mi oreja rozó el hombro de Erik, quien no pareció percibir el movimiento, demasiado absorto en su narración.

—Durante la tarde, horas antes del asalto a la Muralla, me reuní con mis soldados. Todos venían preparados para luchar y ganar. Yo estaba en primera fila, a diferencia de otros Lores o de Ragnar. Estaba dispuesto a dar la vida por Burgaresis, igual que cualquier otro guerrero. —Por un instante, la voz de Erik se quebró. No me atreví a preguntar la razón—. Entre los presentes conocí a un hombre; Anceporte era su nombre. Era padre de cuatro hijos. Dos de ellos le acompañaban, aunque uno de ellos no tenía ni quince años. Habían dejado a su familia en casa, esperando. Nada más verle me di cuenta del miedo que acechaba en sus ojos, pero aun así, no se marchó. Ninguno de ellos abandonó su posición. Así que cuando desenvainé mi espada, lo hice sabiendo que lucharía para que mi pueblo volviera a casa sano y salvo.

Crónicas de Ascenia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora