⭐ Capítulo III: Dolor ⭐

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No me extrañó verle bajar, aunque sí me sorprendió verle portar en las manos una bandeja con comida y agua. Después de mi intento de fuga, pensé que no volverían a darme de comer nunca más. Protegida por la oscuridad de la celda, le observé. Pude contemplar como las trémulas luces del anochecer rozaban sus enojados ojos verdes, haciéndolos brillar entre las sombras de aquella caverna.

Aunque estaba oculta, él parecía ser capaz de mirarme directamente a los ojos, igual que yo podía ver los suyos. Sin decir nada, abrió la jaula y dejó los tazones sobre el suelo, a unos pasos de mí. Se volvió para marcharse de nuevo.

Me ardieron las orejas de indignación. ¿Por qué? ¿Por qué estaba haciendo esto? Aspiré aire con fuerza. Aquello no iba a continuar así.

—¡Espera! —exclamé con voz ronca, pero firme y autoritaria. Él no se giró a mirarme, pero se detuvo en seco ante mi tono. Yo dejé fluir libremente mi frustración y mi enojo—. ¿Por qué me quiere tu rey aquí? ¿Por qué te manda a traerme cosas? Tú eres como ellos, tú me odias. He visto cómo me miras, así que dudo que esto, –Le señalé los cuencos de comida—, lo hagas siguiendo tus propios deseos. Merezco una explicación. ¿Qué hago aquí?

Se volvió lentamente. Estaba más serio de lo habitual y mis manos comenzaron a temblar. El guerrero tenía los ojos entrecerrados, amenazante. Me achiqué ante esa mirada, pero di un paso hacia él.

—No sé por qué no me habéis matado aún, ni los planes que tenéis para mi reino. Ni siquiera sé el porqué de este ataque –mascullé bajando la voz hasta convertirla en un leve susurro—. Solo sé que éste ha dejado de ser mi hogar, sé que corro peligro y necesito escapar para vivir. Y tú te interpones entre la libertad y esta jaula. Tú me mantienes aquí encerrada.

Él no dijo nada, pero no dejó de mirarme y yo me permití hacer lo mismo. Observé fijamente su rudo rostro, deteniéndome en el nacimiento de su corta barba oscura, la que le daba un aspecto mayor de lo que realmente debería tener. Estaba prácticamente segura de que no pasaría de los veinticinco y, aun así, su piel estaba llena de cicatrices y marcas de antiguas y nuevas heridas, aquellas hechas la noche que invadieron el castillo y los pueblos cercanos, tomando así la capital de Ascenia.

El soldado separó sus ojos de mi rostro por primera vez, solo para recorrerme lentamente con ellos. Yo aguanté su examen con la cabeza alta y la espalda erguida, no muy segura de qué estaba buscando. Sabía que no tenía el mejor aspecto del mundo y que el cansancio y la falta de alimento habían hecho mella en mi cuerpo, así que debía parecer cualquier cosa menos una princesa. Ante aquel pensamiento, me enderecé un poco más intentando ocultar lo incómoda que me sentía por su agudo escrutinio.

Para mi sorpresa, dio un paso hacia mí, situándose de ese modo a pocos centímetros de mi rostro. No era la primera vez que lo tenía tan cerca, pero tenía que admitir que sí era la primera en la que era plenamente consciente de ello, hasta tal punto que me quedé sin respiración. Alzó la mano hasta mi mandíbula, sujetándola sin llegar a apretar, rozó con el pulgar mi mejilla derecha y me hizo sentir una aguda punzada de dolor. Hice una mueca, pero no osé apartarme. El guerrero entrecerró con furia los ojos, deslizando el dedo hasta la comisura de mis labios, donde estaba la herida ya seca.

Había una pregunta en sus ojos. Una tan clara, que no necesité de palabras para entender. No sé si fue el cansancio o la firme presión de sus dedos sobre mi piel, pero lo cierto es que de pronto me encontré respondiendo:

—Los soldados que me trajeron aquí me golpearon.

Su expresión se volvió salvaje, como si en su interior habitara un animal furibundo al que acababan de liberar. Mi estómago se encogió con opresión. Agradecí en mi fuero interno no ser uno de los soldados que parecía haberlo ofendido, porque estaba segura de que el castigo que iban a recibir haría temblar hasta la mismísima Gran Muralla. Sentí miedo al ver la furia reflejada en sus ojos verdes, no me importaba admitirlo. Aquel hombre debía de ser más peligroso de lo que yo había llegado a imaginar.

Crónicas de Ascenia ©Where stories live. Discover now