⭐Capítulo IX: El torneo⭐

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La mañana de los festejos, el castillo rebosaba vida. Se podía escuchar a los criados correr por los pasillos, mascullando apresurados y llevando recados de un lado a otro del edificio. Durante el día y la noche anteriores, nobles y soldados enviados por los cuatro Estados llegaron a la capital, cargados de curiosidad e incertidumbre, para acudir a los actos que habíamos preparado y el servicio no parecía dar a basto.

Aunque durante el desayuno intenté convencer a Thorir para que recibiera a los cargos más importantes estando yo presente, me ordenó permanecer en mi dormitorio hasta el comienzo del torneo. No estaba segura de si aquello era una especie de estrategia o si simplemente seguía enojado con el incidente de las invitaciones, pero sus ojos de hiena hambrienta me previnieron de insistir.

Erik no se presentó al desayuno, lo que pareció empeorar el temperamento del rey de Burgaresis. Sin levantar la vista de su plato, Ragnar se mostró amable con su primo sin llegar a desafiar a su padre, justificando la ausencia de Erik con un simple:

—Estará entrenando para ganar el torneo, ya le conocéis. Es un esfuerzo inútil porque todos sabemos que voy a ganar yo, pero no puedo culparle por intentarlo.

—Pensé que ninguno de vosotros se presentaría a la competición —comenté, sorprendida.

—¿Y perderse la diversión? —Ragnar me dirigió una mirada llena de humor—. Supongo que sabéis a qué me refiero. Dicen algunos soldados que sois buena con la espada.

—No tanto como lo soy con el arco —Di un sorbo a mi copa para esconder la sonrisa—. Tenéis suerte de que sea una mujer y no pueda presentarme al torneo.

Creo que conseguí desconcertar al príncipe de Burgaresis con mi respuesta. Miró a su padre con el ceño fruncido, como si no me hubiese entendido correctamente. Un humor oscuro calentó la expresión del taciturno rey.

—En gran parte de Ascenia, las mujeres no tienen permitido luchar —Aquella pareció ser una aclaración a una pregunta no formulada en voz alta por Ragnar.

—¿No ocurre igual en Burgaresis?

Ragnar me observó como si estuviese loca, luego soltó una auténtica carcajada.

—¿Quién va a la guerra y deja a sus mejores soldados en casa? Por la Gran Diosa sagrada, si un hombre le dijera a una guerrera búrgala que dejase a un lado la espada y se quedase en casa cocinando y cuidando a sus hijos, amanecería colgado por las pelotas.

Me atraganté con la comida al escucharle, lo que hizo que Ragnar se riese aún más. Cuando procesé aquella información, reuní el valor para mirar fijamente a Thorir.

—¿Es eso cierto? ¿Puedo participar en las pruebas del torneo?

Ragnar me lanzó una uva con sorna.

—¿No preferís quedaros observando en la tarima y, después, compensar al ganador con una rosa y el beso de la eterna gloria?

Ignoré su burla socarrona sacada de una novela de caballería y centré mi atención en Thorir. El rey, repentinamente de mejor humor, me dio un leve asentimiento.

—Como gustéis.

Animada por aquella posibilidad, me apresuré a terminar el desayuno y pedir permiso para retirarme. Antes de salir, le lancé una mirada cómplice a Ragnar.

—Os veré en la arena.

No estaba en posición de alardear, así que no lo hice. Llevaba semanas sin entrenar, encerrada en la celda, desnutrida y débil, pero no pude evitar sentirme feliz cuando saqué de mi armario mis pantalones de entrenamiento.

Crónicas de Ascenia ©Where stories live. Discover now