Capítulo 37 (Contraataque)

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―Está rota ―señaló Nadia hacia el punto extensible―. Mira: le cayó un maniquí encima.

Al lado del arma estaba la figura de un hombre bien vestido que sonreía como si entendiera lo que había hecho. Una de las piernas estaba rota, justo ahí donde impactó una descarga.

―Tuvimos suerte ―dijo y presionó el botón para apagar la torreta, al parecer ella sí las conocía.

Tal como pensé era una trampa y habíamos caído en ella. Todos nosotros. Tal vez no estaban ahí cincuenta merodeadores como creímos, pero sin duda había algunos y lo suficientemente listos y con suficientes recursos como para preparar algo así.

―Debemos avisarle a los demás.

Asentí, pero en lugar de seguir a la chica me dirigí hacia el fondo del negocio. En la pantalla brillaba un mensaje «Las compras están inhabilitadas hasta el horario de apertura». Ignoré el aviso y activé una compra enorme en el sistema de la boutique, algo tan grande que tendría que recurrir a lo que se encontraba en el Canal de suministros. Tal como esperaba, una de las esferas de luz en mi muñeca se apagó y la exorbitante cantidad de créditos, algo impresionante incluso para el Séptimo nivel, fueron cobrados exitosamente. «Gracias por su compra», apareció en la pantalla. Unos segundos después reapareció el mensaje anterior.

Detrás de nosotros, el rectángulo de acceso al Canal de suministros se iluminó; fue hasta entonces que Nadia se dio cuenta de que no iba con ella y miró por encima de su hombro el momento en que salté hacia el Canal.

―¿Qué estás haciendo? ―asomó la cabeza.

―Soy el Veneno: debo hallar una manera ―activé el mecanismo para regresar la plataforma hacia el nivel. No es que no la quisiera cerca, pero no me atrevía a confiar de nuevo en ella y al menos si me equivocaba no cargaría con otra muerte en mi consciencia. Le hice una señal para que guardara silencio y eché a correr.

Tres locales, cinco, siete, nueve locales... Según recordaba entre la boutique y la armería había diecisiete negocios. Sabía que Nadia iría a decirles a mis padres lo que acababa de hacer, y sabía que mi madre obligaría a mi padre o a cualquiera de los presentes para que forzaran la plataforma para ir a buscarme, así que no podía perder tiempo ni mirar atrás.

No había vigilancia. Los merodeadores quizás creyeron imposible que con las compras desactivadas alguien pudiera llegar hasta ahí con las compras bloqueadas. Aunque me hizo preguntarme cómo habrían hecho ellos para poner las torretas en los diferentes negocios. Seguí avanzando: no era el momento de preocuparme por eso.

Doce. Trece locales. No podía equivocarme. Tragué saliva y apilé algunas cajas de productos para improvisar una escalera. Cuando estuvo lista, activé el mecanismo a cambio de otra de las esferas en mi muñeca. Quedaban siete disponibles. Y cada una necesitaba de una hora para activarse de nuevo. La plataforma descendió despacio casi sin hacer ruido, pero no esperé mucho tiempo. Subí por las cajas y me colé por el espacio antes de que llegara al final.

La armería tenía las mismas dimensiones que la boutique, pero en lugar de los múltiples estantes donde se exhibía la ropa, ahí sólo había dos largas vitrinas que formaban una "L". Y detrás, colgadas en la pared estaban una vasta colección de armas de diferentes potencias y costos. En el centro del lugar estaba un único maniquí que representaba a un hombre armado con pistolas, cuchillos, explosivos y vestía una imitación autorizada del uniforme de los guardianes.

Había tres merodeadores ahí dentro. Dos hombres y una mujer. A causa de las descargas y la excitación parecieron no percatarse de la luz en la plataforma ni de mi llegada. Me oculté detrás de una vitrina llena de pistolas y rifles de voltaje entre pequeños hologramas de hombres posando con ellas. El merodeador más cercano se relamió los labios y dio unos cuantos pasos en mi dirección. ¿Me habría visto? No. Se cambió de hombro la correa de su rifle y se puso en cuclillas para ver un rifle de francotirador.

―Esto sí es un arma ―murmuró. A través del cristal alcancé a distinguir su piel oscura, su delgadez casi extrema, así como una enorme zona de su rostro que parecía haber sido quemada.

Lo tenía a tiro. Habría sido fácil apretar el gatillo y acabar con su vida en un parpadeo; sin embargo, aguanté la respiración y me concentré en no hacer ruido. Mi padre tenía razón: cada muerte nos acercaba más al Sueño Ligero.

―Con tu parte de la recompensa podrás comparte cien iguales, imbécil ―le dijo el otro hombre, el que estaba de pie junto a la puerta con el arma en posición y el dedo en el gatillo.

¿Recompensa? ¿De verdad no se habían dado cuenta de que sólo los estaban usando? ¿No se preguntaban en dónde estaban los demás, o por qué les ofrecieron el trabajo? Y, sobre todo, ¿desde cuándo los merodeadores aceptaban tratos con los LTs? Sin embargo, lo que más sentí fue un gran alivio al saber que había llegado antes que el amigo de mi padre.

―Deberíamos salir a matarlos de una vez ―fue hacia el aparador donde me ocultaba y examinó las armas, se inclinó hacia adelante y recargó las dos manos sobre el cristal, con la mirada fija en una pistola de voltaje color oro. Se relamió los labios de nuevo. Desde mi posición distinguí la marca que iba desde su antebrazo hasta la punta de su dedo meñique, el tatuaje que confirmaba que era un merodeador.

―Faltan dos minutos para que las torretas se detengan ―respondió el otro―. Nadie se moverá hasta entonces.

El tipo que estaba a escasos metros de mí resopló con fastidio y dio media vuelta. Era el momento. Me levanté tan rápido como pude y lo rodeé con el brazo izquierdo, asegurándome de cubrirle la boca. En el mismo movimiento accioné mi arma y la descarga fue directo a uno de sus hombros. El hombre soltó un grito que se ahogó con la palma de mi mano.

―¿Qué carajos pasó? ―preguntó la mujer. Cuando yo repetía el ataque en el otro hombro.

Eso no lo mataría, pero al menos inutilicé sus manos y ya no sería un peligro. Lo solté y volví a esconderme detrás de la vitrina. El merodeador cayó al suelo y su arma rebotó algunos metros haca el fondo de la armería, a pocos metros de mí. Los merodeadores dispararon varias veces mientras buscaban dónde atrincherarse.

―Cuida la puerta ―ordenó el hombre.

―¡Cuídala tú! ¡Ya me cansé de seguir tus órdenes! ―la mujer sacó un rifle de una de las vitrinas.

Escuché el sonido del gatillo varias veces pero nada ocurrió. La merodeadora gruño y arrojó el arma al suelo. Luego apuntó en mi dirección y una serie de descargas iluminaron el lugar.

Me tiré al suelo y cubrí mi cabeza de la los destellos que pasaban zumbando cerca de mí. Esa mujer estaba fuera de sí. Reía a carcajadas mientras disparaba y me dio la impresión de que estaba más interesada en destruir el lugar que en dar en el blanco.

―¡Es él! ―dijo al reconocerme cuando corrí para cubrirme en otro lugar―. ¡El chico! ¡Es él! ¡El de la recompensa!

Hubo una nueva descarga y un gritó ahogado. La chica mató a su compañero. A través de un espacio entre las vitrinas alcancé a ver que fue hacia el cadáver y buscó entre sus ropas hasta que encontró un pequeño aparato, un celular. Sin dejar de apuntar digitó un número y se lo llevó al oído.

―Teresa, lo tengo. Tengo acorralado al chico. Estamos en la armería jugando al escondite. No. No está la chica con él. . Dirigió su arma, ahora directo a la frente del otro merodeador que yo había herido en los hombros. El hombre abrió mucho los ojos al darse cuenta de que estaba por ocurrir e imploró a gritos por su vida―. Sí, estamos solos.

¿Teresa? ¿Ella dirigía el ataque? ¿Por qué no se me había ocurrido? Los había olvidado por completo. Eso explicaba por qué los merodeadores accedieron a participar. Sólo bajo las órdenes de Teresa y Antonio se unirían de esa manera. En las calles se le tenía más miedo a los T'nT que rechazo a las autoridades.

La mujer detuvo su discurso y cayó hacia adelante. Detrás de ella, Missael caminaba despacio hacia mí seguido por Nadia y el despierto que se había aventurado hacia la armería. Al notar al otro merodeador en el suelo se preparó para matarlo, pero en ese momento salí de mi refugio.

―No lo mates. Necesitamos respuestas.

Missael asintió.

―Nada mal, muchacho ―me palmeó la espalda. Era la primera vez que me decía algo positivo. Acto seguido levantó el celular―. Te veré más tarde, preciosa.

Delotro lado de la línea pusieron fin a la llamada.

Sueño ligeroWhere stories live. Discover now