Capítulo 37 (Contraataque)

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Era extraño. A pesar de que pasaba por delante de las puertas, nadie salió a perseguirlo o cambiaron los intervalos de las descargas. Los merodeadores eran impulsivos, agresivos, al ver un blanco tan fácil no resistirían la tentación de salir a matarlo directamente. Un merodeador de verdad no se quedaría escondido solo apretando el gatillo al ritmo del segundero.

Pegué la espalda a la pared de la boutique, justo junto a la puerta y despacio extendí la mano hacia un lado, dejándola como un blanco fácil. Tragué saliva y conté hasta diez mentalmente. Nadie disparó. Había dos opciones: o las descargas de mi padre dieron en blanco, o el merodeador que estaba dentro del negocio no quería dispararme y preparaba una emboscada.

―¿Qué haces? ―me preguntó Nadia en un susurro y me bajó el brazo.

Señalé el establecimiento más cercano de donde salían descargas. Una de ellas se impactó en el cristal y yo aproveché para contar con los dedos. Uno. Dos. Descarga. Uno. Dos. Descarga. Uno. Dos. Descarga. Nadia tardó unos segundos más en darse cuenta y cuando lo hizo me miró sorprendida. Asintió. Rodó por el suelo hasta llegar al otro lado del marco. Los dos extendimos los brazos de nuevo y esperamos.

Mientras tanto, el despierto estaba ya a medio camino de la armería. Había disminuido la velocidad y sus movimientos eran más sutiles y medidos, tal vez presentía algo.

Me incliné hacia un costado para que mi hombro quedara al descubierto y obtuve la misma respuesta. Nadie disparó.

―Lo va a lograr ―dijo Missael―. El muy infeliz lo va o lograr.

Ni mi padre ni su amigo se habían dado cuenta de lo que yo y Nadia poníamos a prueba en esos momentos. Y era comprensible. Como ex guardianes, ellos estaban acostumbrados a enfrentar y no a entender a los merodeadores. Un merodeador no permanece escondido sino para tender una trampa. Y toda mi experiencia me gritaba que aquel hombre se dirigía a una.

―Sólo un poco más ―celebró mi madre.

Me tiré bocabajo al suelo y entré de lleno a la boutique. Me arrastré unos metros esperando una descarga en cualquier momento, pero lo único que me recibió fueron unos destellos en el fondo del lugar. Un destello cada tres segundos. Como si alguien encendiera una luz y la apagara de inmediato cada tres movimientos del segundero. No era un ataque, pero tampoco parecía que estuvieran enviando un mensaje en código.

―Tal vez está agonizando ―Nadia estaba tendida en el suelo a un lado mío.

―No. Es demasiado exacto ―respondí y me atreví a ponerme de pie.

Avanzamos despacio con las espaldas pegadas a la pared, con las armas listas para atacar al menor indicio de movimiento. Desde el fondo del lugar nos llegaba el sonido típico de una descarga. En mi cabeza mantenía la cuenta: uno, dos, descarga, uno, dos, descarga. Conforme seguíamos adelante el sonido se hacía más intenso, pero en ningún momento cambió de dirección.

―Necesito algo de luz ―le dije a la chica. Quien de inmediato hizo lo mismo que yo y presionamos suavemente los gatillos para producir la descarga, pero no para dispararla.

En el suelo estaba una torreta portátil. De las que estaban en lo alto de los principales edificios de Gobierno, Educación, Comunicación, Comercio, Salud, incluso en la parte más alta de la Colmena había algunas, así como en varias de las propiedades de los ciudadanos más acaudalados de Vitruvio para protegerlas en caso de algún disturbio o de ladrones. Desde luego, eran bastante costosas y eran una réplica doméstica de las torretas de largo alcance que protegían los muros de Vitruvio. ¿Quién la habría puesto ahí? Esas torretas estaban montadas sobre una base de plástico endurecido, del mismo material que estaban hechas nuestras armas. Y podían ajustarse según la altura de quien la fuera a utilizar. La punta, de donde salían las descargas, estaba recostada hacia un lado y disparaba directo a una tarima de madera que sólo tenía una pequeña marca negruzca ahí donde las descargas habían estado impactando.

Sueño ligeroWhere stories live. Discover now