23. Errores del pasado

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– ¿Quieres que me mude aquí? –

– ¿Por qué no? –

¿Por qué no? Magnus podía pensar en miles de razones, pero no lo suficientemente buenas. Todas eran lugares y personas, algunos ni tan importantes. No como la gente y los lugares que Alec le había mostrado. De repente se sintió culpable por intentar alejarlo del lugar que amaba. Pero sabía que no quería renunciar ni a Nueva York ni a Alec.

– No podemos ir a la universidad aquí, – Magnus soltó, pensando en algo convincente. – Tendríamos que manejar por horas. –

– Supongo, – Alec suspiró. – Pero siempre podemos volver después de la universidad. No viviríamos en pequeños departamentos, tendríamos nuestra propia casa, – dijo moviendo sus manos para señalar la biblioteca. El departamento de Magnus era enorme, pero en definitiva no se comparaba con esa casa.

– ¡Es Nueva York! – exclamó Magnus. – Tiene el edificio Empire State y el Rockerfeller Center. Wall Street y Broadway. –

– Solo no me imagino mudándome ahí, – Alec sacudió la cabeza. – ¿Qué tal si no funciona? ¿Qué tal si terminamos y yo termino atrapado en una ciudad que no me gusta. Aquí es bueno, seguro. –

– Pero Nueva York es una aventura, – Magnus rió, pero realmente estaba triste. – Esto nunca va a funcionar, – dijo lentamente. – Siempre vamos a estar de lados contrarios. Nunca seremos capaces de hacer al otro feliz. –

– Tu me haces feliz, – dijo Alec, mordiéndose el labio. – No se que vamos a hacer en el futuro, pero por ahora me gusta estar aquí contigo, no quiero que eso cambie. –

– Tu eres lo mejor de este lugar. –

– ¿De verdad? Y yo que pensaba que te comenzaba a agradar el pueblo, – Alec rió.

– Lo hago, pero creo que sin ti nunca lo hubiera hecho. Tu me haces disfrutarlo. Tu me haces que me guste. –

– Lo dices como si te hubiera forzado. –

Magnus no contestó, solo le besó. De forma suave, casi inocente y dulce. Alec le hacía sentir como un niño, planeando un futuro perfecto. Quería besarle por siempre, hasta el final de los tiempos, pero ya era la mitad del verano. Quería ser capaz de recordar sus conversaciones, su forma de reír, sus besos. Recordar cada detalle de Alec.

– No deberíamos preocuparnos tanto por esto, ¿cierto? – Magnus rió. – Oh dios. Ni siquiera es legal para nosotros casarnos aquí, y lo estamos discutiendo como si estuviéramos decidiendo que película ver con nuestros siete hijos y nuestro gato. –

– ¿Siete? ¿Quieres siete hijos? – Alec rió. – Hasta aquí llegamos. Terminamos. –

– Dejándome tan pronto, – Magnus sonrió fingiendo estar ofendido. – ¿Qué pensarán nuestros vecinos? Pobre Magnus junior, Alec junior, Isabelle junior...–

– ¿Vamos a nombrar a nuestros hijos como todas las personas que conocemos y agregarles un "junior"? –

– Algo así, – Magnus se encogió de hombros. – No soy bueno con los nombres. Todas mis Barbies se llamaban Barbie. –

– ¿Tenias Barbies? ¿Tu papá estaba bien con eso? – Magnus no le culpaba por sonar tan sorprendido. Robert y Maryse no lucían como la clase de padres que estarían bien con ello, por mucho que amaran a sus hijos.

– Mi padre siempre supo que no era hetero, – Magnus rió. – He incluso mis amigos heteros amaban mis barbies. – Alec rió con ello. – Voy a comprarle a mis hijos todos los Lego y Barbies que quieran. –

Big City (Malec UA)Where stories live. Discover now