40° El gato de Schrödinger

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No he entrado a la habitación de Matías desde que se fue. La mayoría de sus cosas ya no están. En el cajón de su mesa de cabecera hay algunas cajas vacías de cigarrillos y un paquete de preservativos que ni se molestó en llevarse. El armario tiene algunas prendas que nunca le vi usar, sweaters de lana, bermudas y camisas. Al fondo a la izquierda entre el armario y la pared, hay un agujero que hizo él con una sierra manual, donde escondía cosas de su padre en caso que se le ocurriese revisarle la habitación. Me lo mostró alguna vez y en el tiempo que estuvo conmigo, dejó de mantener lleno su escondite.

De rodillas dentro del armario remuevo la madera y meno la mano hasta el fondo del agujero. Como era de suponerse está vacío, pero buscando más en un recoveco, siento el borde de una bolsa plástica. No está llena, pero ahí hay la suficiente cantidad de marihuana para incriminar a Miguel y Arturo.

A lo lejos escucho a Henry llamándome. Oculto la bolsa entre mi ropa y salgo de la habitación para que no me encuentre adentro. A veces me pregunta por Matías, sí sé algo de él o si lo extraño. Se siente culpable por nuestra ruptura, él nos forzó a la convivencia sin que yo supiera mi posible relación con ellos.

Que haya llegado tan temprano solo significa una cosa: ya tiene en sus manos los resultados.

Me atrapa cuando ya estoy a dos metros de distancia de la habitación prohibida, me muestra el sobre entre sus manos y juntos nos vamos a sentar al sillón. Mi corazón late acelerado, en una hoja de papel hay información que puede cambiar mi vida; la que me hará descubrir si de verdad mi madre nos mantuvo viviendo en el engaño y me negó a una familia, si mi relación con Matías estuvo siempre prohibida y no será más que un amor platónico a partir de ahora. En cuanto a mi relación con Henry... en eso no va a cambiar nada. Saber esa respuesta solo terminará de devastarme a nivel espiritual ¿y realmente necesito eso? Amaba mi vida antes, cuando sabía que había gente esperando por mí tanto dentro como fuera de esta casa, cuando Matías y yo conversábamos por horas hasta la madrugada y nos acostábamos juntos con el pretexto de dormir, solo para seguir hablando unos minutos más. Estoy tan acostumbrada a su compañía que pongo la música fuerte en mi habitación e imagino que viene de la habitación de al lado; incluso sigo jugando con el mando del segundo jugador en el play station, porque Matías siempre me arrebataba el mando principal. Tal vez esos tiempos no vuelvan, pero mientras la respuesta en ese sobre espere por ser abierta, hay la posibilidad latente de no recuperarlos nunca.

Esos resultados son como el experimento de Schrödinger. El gato está vivo y está muerto, ambas posibilidades coexisten hasta que yo lea los resultados. Mientras Henry rasga una esquina del sobre pongo mis manos sobre las suyas.

—No quiero saber —le digo—. Si tú quieres saberlo léelo cuando yo no esté así no veo qué gesto pones.

—¿Estás segura? —inquiere. Él sí quiere saber la verdad y no lo culpo.

—Si algún día cambio de opinión voy a preguntarte. ¿Mientras tanto podemos dejar las cosas como están? Que seamos o no de la misma sangre no va a cambiar nada entre nosotros. Me gusta pensar que soy tu hija, con o sin prueba de paternidad.

Por tu amor al ArteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora