Doce

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Ante mis ojos, el fondo blanco se va difuminando hasta que puedo distinguir bien las formas

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Ante mis ojos, el fondo blanco se va difuminando hasta que puedo distinguir bien las formas. Lo primero que veo es a un hombre de mediana edad que, a unos metros de mi rostro, me examina. El hombre enciende una linterna sobre mis pupilas y me toma el pulso. Mi primera teoría es que me ha secuestrado pero, al ver el fonendoscopio alrededor de su cuello y la bata blanca, mi mente formula una suposición más realista: Estoy en un hospital y un médico me está examinando.

Me incorporo de golpe al unir las piezas del puzzle. Si estoy tumbada en aquella camilla significa que me ha pasado algo. Y yo no recuerdo que me haya pasado nada.

—¿Qué estoy haciendo aquí?

—Te has desmayado. Llevas casi dos horas inconsciente.

¿Dos horas? Mi mente asimila sus palabras. Cierro los ojos y me concentro en mis últimos recuerdos. Hoy era el día que me reincorporaba al entrenamiento después de la lesión-ya había pasado un mes-y mi último pensamiento me sitúa subiendo y bajando escaleras junto a Gabriel. Supongo que fue allí cuando me desmayé pero... ¿por qué? Llevo años entrenando y nunca me he desvanecido por hacerlo.

—¿Por qué?

—No estaba seguro y por eso te he hecho unas pruebas... —baja la mirada y busca algo entre sus papeles—Teniendo en cuenta los antecedentes de tu padre...

—¿Qué antecedentes? —¿Ben Brown tiene antecedentes penales o algo así?

—Sus problemas de corazón.

Mis ojos se abren como platos. Aunque el doctor habla con indiferencia, sus palabras se clavan en mi pecho y duelen como si fueran cuchillos. Mis latidos aumentan la frecuencia. En este momento es mi corazón el que tiene problemas.

—¿Y qué dicen las pruebas? —el nudo de mi garganta apenas deja salir a las palabras.

—Han dado positivo —positivo es bueno ¿verdad?.

—¿Qué significa eso?

—Tú también estás enferma del corazón.

Fantástico.

El doctor se sienta a los pies de la cama y me explica mi problema. Al parecer he nacido con él pero hasta ahora no había presentado síntomas. Lo que ninguno de los dos entendemos es porque ahora. Él cree que haber reanudado mi entrenamiento después de cierto tiempo puede haber sido el detonante de todo, aunque yo no lo entiendo. Supongo debo despedirme de los entrenamientos, de la armada, del voley y de cualquier tipo de sobreesfuerzo.

El doctor trata de consolarme con frases hechas pero yo dejo a mis lágrimas ser libres. Mi corazón no aguantaría. Al menos no el tiempo que me habría gustado.

—Y mi padre...

—Tú padre tiene un problema diferente, bastante más leve —explica.— Voy a avisarle de que has despertado.

Los minutos que paso sola son, probablemente, los más largos de mi vida. Es entre gracioso y curioso cuanto puede cambiarte la vida en unas pocas horas. Quizás lo haya causado el efecto mariposa, el karma o el destino pero no me hace ninguna gracia.

—Mi niña —me abraza al entrar en la habitación— Lo siento mucho.

Me acomodo en su pecho. Mi padre permanece en silencio y yo lo agradezco. No estoy preparada para sus explicaciones, aunque se las pediré en otro momento. Mi mundo se ha dado la vuelta y yo me he mareado. Necesito tiempo. Necesito asimilarlo.

— Necesito estar sola —le confieso y mi padre comienza a alejarse al escuchar mis palabra— Espera, ¿Gabriel sabe algo?

—No.

—No quiero que lo sepa.

Aunque no parece estar muy de acuerdo, mi padre respeta mi decisión. Asiente y sale de la habitación. Yo, simplemente, me dejo caer en la cama. Supongo que prefería las muletas a esto.

—¡Ryan! —escuchar su voz grave hace que me sienta culpable— ¡Has despertado! Menos mal que estás bien... Menudo susto —Gabriel se acerca a mi y me abraza como si llevara años sin verme.

Mis pupilas se posan sobre su rostro. La preocupación lo ha desencajado pero pronto la alegría se hace paso en sus ojos. Mientras yo descifro su mirada, White se acerca peligrosamente a mi.

—Pensé que te había perdido —y, sin previo aviso, Gabriel acorta la distancia entre nuestros labios con un beso.

No es la primera vez que nuestros labios se juntan. De hecho, mi primer beso me lo dio él cuando yo tenía siete años y, a ambos, nos parecío asqueroso. El beso de hoy ha sido todo lo contrario a asqueroso pero su sabor es de lo más agridulce.

— No vuelvas a besarme, nunca —con brusquedad, le aparto de mi— Yo no soy para ti, a ver si empiezas a darte cuenta.

No voy a dejar que nada de esto roce a Gabriel. No voy a hacerle daño. Después de todo, no sería justo.

Y, si eso implica alejarme de él, lo haré.

***
La onda de este capítulo es más triste pero, ¿les gustó? ¿que piensan que va a pasar?

Muchas gracias por todo el apoyo!

Cuento con tu voto y con tu comentario.

Os quiero
L.

Sentimientos en guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora