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James no supo exactamente qué hora era, ni sabía si ya había amanecido, o seguían en la penumbra de la noche. Se encontraba bastante agotado, y aunque Max le había dado algunas barras de cereal con azúcar, cortesía del hotel, y un par de tragos a un jugo de naranja, seguía con la misma energía. Por un momento, creyó que iba a morir. Que todo su esfuerzo por salvar a Luna habían dado resultado, pero eso le costaría la vida misma. Para su sorpresa, se encontraba casi en perfectas condiciones. Su cuerpo no le estaba pidiendo descanso, ni siquiera se mostraba perturbado por su condición física algo desgastada en aquellas horas después de haber estado casi toda la noche moviéndose de un lado a otro, huyendo de los hombres controlados por Ben, la persecución con golpes, y luego haber pasado cerca de una hora o dos en la cirugía que salvaría a su hermana, para luego estar otra hora haciendo esfuerzo mediante la transfusión de sangre. Nada de eso lo había agotado. Podía comprobar, de nueva cuenta, que el Triángulo había hecho maravillas. Su cuerpo, nuevo, redimido, creado para un propósito en particular, le sentaba de maravilla.

—¿Estás bien?

Dianne había aparecido a su lado. También se veía un poco cansada, y aunque aquello no era normal en personas como ellos dos, quizás se debía a que no estaban acostumbrados a su nuevo modo de vida.

—Eso creo —musitó James.

Los dos estaban sentados en el suelo, dentro de la habitación que se había convertido en una sala de urgencias improvisada, frente a la cama donde Luna descansaba.

Horas antes, después de que Chase y Owen hubieran colocado el catéter en el brazo de la chica, estuvieron atentos a cualquier reacción que pudiera tener. James ya había vivido eso en el pasado, cuando su verdadera hermana de la Dimensión Uno no había aceptado la sangre del modo correcto, y había empeorado su estado de salud. Al cabo de un rato, el pulso de la chica volvió a la normalidad, y sus respiraciones sostuvieron un ritmo cardíaco digno de una persona de casi veinte años.

Luna sobreviviría.

Desde ese momento, James se había sentado en el suelo y esperado el momento en el que su hermana despertara. No sabía cuánto había pasado desde entonces, pero al ver que Dianne y él eran los únicos despiertos en la habitación, supuso que aún no amanecía.

—Chase está en su habitación, creo que con Allori, Cooper y Han —musitó Dianne, para no hacer tanto ruido—. Tenía entendido que harían planos para ver qué haríamos a continuación, hasta que Max llegó con su computadora. Tiene noticias del Presidente.

—Por favor, dime que sigue vivo —James no quería saber nada de lo malo que se estaba tornando aquél panorama.

—No tenemos ni la más mínima idea —Max había entrado a hurtadillas, con su computadora en manos, y se acercó al par de Pasajeros—. ¿Puedes venir? Owen quiere hablar contigo.

James pensó lo peor. Antes de que supieran que Luna estaba herida, los gritos que se soltaron en la camioneta fueron suficientes para dar a entender que James no estaba convencido de que él, Dianne y todo lo que el Triángulo hacía tuviera un sentido lógico.

—Ve —lo alentó Dianne—. Me quedaré a cuidar a Luna.

James asintió con la cabeza mientras se ponía de pie. Se dio la vuelta y acompañó a Max mientras salían del cuarto. Sin duda alguna seguía siendo de madrugada, ya que en el pasillo se vivía un momento extraño. Las luces seguían prendidas, y el ambiente implicaba el descanso de los demás huéspedes.

—¿Qué tenemos del Presidente exactamente? —preguntó James.

—Mira —Max alzó su computadora portátil y le enseñó algunas imágenes de cámaras de seguridad—, seguí paso a paso en reversa lo que Ben hizo. Lo tenemos aquí, en el edificio de las Naciones Unidas... y parece que ya tenía la batuta de presidente para entonces. Seguí en retroceso —ahora veían imágenes de cámaras en la plaza, las calles hasta un edificio central— hasta que llegué a esta parte. Ben comenzando a controlar a los hombres del presidente.

Paralelo [Pasajeros #4]Where stories live. Discover now