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En cuanto Dianne recogió la mochila donde traía sus pertenencias, se apartó de la línea del equipaje, y esperó junto con Luna detrás de un par de guardias de seguridad.

San Francisco estaba a tan solo unas horas de Los Ángeles, y las medidas de cuidado y advertencia se habían tensado demasiado. Había oficiales de policía por doquier, e incluso del FBI. Se revisaba a los pasajeros, a los turistas e incluso a las personas que trabajaban ahí. El mundo ignoraba por completo que el responsable de todo lo que estaba sucediendo no era un hombre común y corriente.

—Mira.

Luna señaló hacia uno de los ventanales donde podían apreciar las zonas de aterrizaje, algunos aviones y a los encargados de transportar el equipaje desde el avión hasta el recinto. Al fondo, pasando de largo parte de la ciudad, las montañas y el horizonte que separaba el cielo del suelo, había una gran nube de Tinieblas. Oscuridad, caos, tormenta, perdición. Se trataba de la capa que envolvía la ciudad de Los Ángeles.

—Está horrible —murmuró Dianne.

—Y está por ponerse peor —Owen cargaba dos valijas que traía recargadas sobre su espalda—. Si no apresuramos el paso, esa capa de Tinieblas llegará hasta acá.

—Tenemos reservación en un hotel no muy lejos de aquí —indicó Chase, llegando detrás de él—. ¿Dónde está James?

—Fue a conseguir un medio de transporte —respondió Dianne—. Sólo espero que no golpee a nadie para lograrlo. Conociendo cómo es, no sería sorpresa.

Pero James no requirió de violencia para conseguir el traslado al hotel La Quinta, que estaba muy cerca del Aeropuerto Internacional de San Francisco. Dicho hotel contaba con el servicio gratuito de traslado.

En cuanto llegaron al hotel, Chase tardó poco más de una hora con los trámites de reservación. Mientras discutía con los gerentes, James y Dianne se quedaron con el resto del grupo en los sillones de espera, mirando las televisiones que tenían contenido de información con respecto a los ataques recientes.

—Esto es una locura —murmuró Han—. Una completa locura.

—¿Cómo vamos a detener a Ben? —preguntó Cooper—. Creo que esa pregunta lleva en nosotros bastantes días, pero viendo nuestra posición, es mejor hacerla ya.

James no supo qué responder, ni Dianne. La cruzada se estaba volviendo mucho más sombría, difícil, complicada, compleja. Había peligro por doquier, y ahora no sólo enfrentaban a un muchacho de diecisiete años. Estaban enfrentando a las Tinieblas, a Pandora y sus discípulas, y por si fuera poco, a Patrick junto con sus múltiples mercenarios.

—¿Alguien gusta papitas? —Owen traía una bolsa en su mano, y se llevaba una de ellas a la boca al mismo tiempo en el que caminaba en torno al grupo—. La máquina expendedora está allá atrás.

—No, gracias —musitó Dianne.

—Listo —Chase regresaba con tres tarjetas en la mano, y con un par de botones a sus espaldas para cargar su equipaje—. Tercer piso.

El grupo accedió con mucho entusiasmo, y al momento de llegar, se encontraron con la mejor vista que podían tener en esos momentos. James, Max, Cooper y Han se quedaron en la primer habitación, mientras que Dianne, Allori y Luna tomaban la segunda. Owen y Chase compartieron la tercera, y el agente de la MI6 aprovechó el espacio que tenían para instalar sus computadoras, establecer una zona de comunicación con el cuartel general en Londres, y finalmente, una mesa de grandes dimensiones para echar a andar el armamento dimensional que había estado creando en los últimos días.

Paralelo [Pasajeros #4]Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu