—Ya no hay vuelta atrás —Ben apareció entre las Tinieblas, caminando con un paso muy tranquilo, en dirección a Patrick y al numeroso grupo que lo acompañaban—. Caballeros, es un gusto.

—Henos aquí —dijo Patrick.

—¿Quién es este? —le espetó uno de los hombres más fornidos que estaba detrás de Twigg.

Ben frunció el ceño. Era claro que aquél comentario no había sido de su agrado.

El hombre se retorció de golpe, cayó de rodillas, y sus ojos salieron de sus órbitas por un par de segundos. Se llevó ambas manos al cuello, mascullando en silencio, y pidiendo ayuda a los demás con señas. Las venas de su cuello reventaron, y un par de segundos después, el cuerpo inerte del mercenario se desplomó en el suelo.

—¿Alguien más que quiera agregar algo? —Ben alzó su voz para que todos pudieran escucharlo, e intimidarse ante el odio e ira que tenía en su interior—. ¿No? Bien... vamos a hacer las cosas sencillas. Cualquiera de ustedes que no obedezca lo que sea que diga, sufrirá el mismo destino de este hombre...

—Tenía nombre —le espetó uno de sus compañeros.

—Sí, se llamaba Sergio Val —respondió Ben con una sonrisa, sin inmutarse ante los comentarios que recibía—. ¿Qué me dices tú, Eduardo Anaya?

Se hizo el silencio. Ben conocía el nombre de aquél hombre. De hecho, conocía el nombre de todos los que estaban presentes, y poco a poco, algunos fueron retrocediendo con miradas de pánico y temor.

—Yo...

—Eduardo Anaya, hijo de padres mineros, en España; hermano de un convicto, y una mujer que perdió a su hijo dos años después de que terminó su primer dibujo. Graduado con honores de la Universidad de Madrid, dedicado al robo y extorsión para conseguir dinero extra y así poder pagar el hospital donde dicha hermana se encuentra en estos momentos. ¿No es así? ¿Eduardo?

El hombre estaba totalmente paralizado. No podía especular palabra, de hecho, ni respiraba. Había mantenido el aire en sus pulmones, sin siquiera interesarle el asunto de necesitar oxígeno en el resto del cuerpo. Deseaba con toda su alma el no estar ahí, y Ben lo sabía.

—No intenten nada —terció Ben—. Los conozco a todos y a cada uno de ustedes. Puedo ver las Tinieblas en su interior.

—¡ERES UN DEMONIO!

Alguien emergió entre los mercenarios y alzó uno de sus rifles para vaciar su cartucho por completo en Ben. Múltiples balas fueron detenidas en el aire al mismo tiempo en el que el muchacho alzaba su mano. Acto seguido, la estiró en dirección a su atacante y éste resultó acribillado por los disparos que él mismo había efectuado. Muerto por su propia mano.

—¡Vamos, por favor! —exclamó Ben—. ¿En serio quieren que mate a todos aquí? ¡El enemigo no soy yo! ¿O quieren que lo sea?

Ninguno de los mercenarios replicó. Parecían ya lo bastante asustados como para oponerse a lo que Ben pedía.

—Bien, ya que nadie dijo nada... es momento de subirnos a los botes y viajar a nuestro destino —señaló hacia la playa—. Bien, bien. Patrick, ven un momento con tu amigo, necesito aclarar un par de cosas antes de llegar a la Isla.

Patrick sintió cómo si una piedra golpeara su estómago. ¿Sabría lo que hizo unas horas antes?

El resto de los hombres comenzaron a moverse en dirección de los botes. Ninguno de ellos soltó palabra. Todos parecían estar convencidos de que, si se alzaban en contra de Ben, terminarían muertos, decapitados, acribillados o algo peor que tan solo morir.

Ben no habló enseguida. Esperó a que todos se apartaran para así tener una plática privada con sus nuevos socios. A espaldas de él, el avión que los había llevado hasta ahí desaparecía bajo la naturaleza oscura y perversa que habitaba la Isla Opuesta.

—¿Qué sucede ahora? —Patrick intentó mostrarse desinteresado, o al menos, indiferente ante cualquier cosa que pudiera haber sospechado Ben—. No tenemos tiempo para...

En cuanto Ben se dio la vuelta, Patrick juró por su vida que no había sentido tanto miedo como en aquél momento.

Los ojos del muchacho habían cambiado repentinamente, y las venas se habían vuelto visibles desde su cuello hasta perderse en su cabello. Su color, negro, resaltaba bastante al igual que las uñas que emergieron de sus dedos.

—¡UNO DE USTEDES MANDÓ UN COMUNICADO ESTA MISMA MAÑANA! —bramó—. ¡DE ESTE TELÉFONO!

Ben traía un celular en la mano. Sin duda, era el de Twigg.

—¿Qué demon...?

—No tiene nada en su memoria —soltó Ben, intentando controlar sus impulsos de ira—. Pero claramente alguien mandó algo de este teléfono. Un mensaje que fue borrado después. Lo veo en sus mentes. Puedo saberlo...

Lo había descubierto. Ben sabía que alguno de ellos había mandado un mensaje solicitando apoyo. No había modo de librarse de aquella situación; si el tiempo se prolongaba más, Ben utilizaría de sus habilidades extrañas para saber la verdad, y terminaría asesinándolo. Como a Sergio, o al otro hombre...

Sólo había un modo de salir vivo.

Patrick tomó la pistola que estaba enfundada en el cinturón de Twigg, y antes de que éste pudiera reaccionar, jaló el gatillo en dirección a su cuello. El mercenario cayó de espaldas, con ambas manos sobre la herida, mientras se ahogaba en su propia sangre.

—Le dije que no hiciera estupideces —soltó Patrick, bajando el arma, aún sorprendido por sus propios actos.

—Traidor, traidor, traidor —musitó Ben, negando con la cabeza y mirando el cuerpo de Twigg, aun con algunas convulsiones—. Pobre de su esposa.

—¿Qué tiene que ver su esposa en esto?

—Otro de los mensajes enviado desde este teléfono era para su ex esposa. Míralo, y luego tira el teléfono.

Ben se lo lanzó, mientras avanzaba en dirección a la playa. Patrick reaccionó y rescató el celular antes de que se perdiera en la maleza. Abrió nuevamente la bandeja de mensajes, y vio uno que se había enviado desde aquél teléfono. Un par de minutos antes de que Patrick se lo pidiera prestado.

Mi amor, estoy seguro de que he hecho bastantes cosas estúpidas en mi vida. Una de ellas fue dejarte ir. Prometo que después de esto, volveré a casa. Sólo queda una cosa más por hacer. Cuida a nuestros niños. Volveré a estar a tu lado. Te amo.

Espérame para la graduación de Yoki. Nuestra niña merece ver a su padre.

Patrick no pudo evitar sentir un disparo dentro de su ser. No sólo había mentido, no sólo había matado a uno de sus amigos. Había dejado a una familia sin padre. A una mujer sin esposo.

—Eres... un... —la voz de Twigg se iba apagando, mientras éste le dedicaba una mirada de tristeza profunda, en el suelo, mientras desangraba—, monstruo...

No dijo más.

Pero Patrick no necesitó escuchar palabra alguna. Se sentía así. Era un monstruo. Alguien que no merecía nada.

Debió ser él. Debió morir él. 

Paralelo [Pasajeros #4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora