Capítulo 28: El impredecible género masculino (parte 2)

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Poco antes de cumplir los once años, se vio obligado a comenzar una nueva vida que no quería. Perdió a sus padres, a su hermano Nick, a sus abuelos, tíos y primos en una explosión de gas que redujo su bello hogar a un montón de cenizas y escombros sin valor alguno.

Cualquiera diría que él había sido un chico afortunado, que tenía un ángel guardián, pero Ben no se sintió así hasta años después. ¿Cuál era el sentido de quedar vivo cuando toda tu familia ya no estaba? ¿Por qué esforzarse por salir adelante si todo lo que amas desapareció para siempre? ¿Dónde quedaba la motivación para despertarse cada mañana?

Bernard lo pasó mal por mucho tiempo; creció en un orfanato aislado de todo mundo. De no ser por su compañero de cuarto —y mejor amigo hasta el día de hoy— el pobre huérfano se habría hundido en una eterna depresión. Salió adelante, aun sin una familia. Cumplió sus sueños, aun cuando el universo se empeñaba que ocurriera lo contrario. Y conquistó a su primer amor, aun sabiendo que era indigno de ella.

Ben era de las pocas personas que conocían lo dura que podía ser la vida, y lo importante que era rodearse de personas positivas; si te falta apoyo en tu día a día, es porque no estás escogiendo a los amigos indicados. Es simple: sin luz, no hay claridad.

La relación de Crys y él siempre fue por turnos, a veces uno era la vela, y otras, el cerillo. Estaban conscientes que sin el otro no habrían conseguido serán lo que eran hoy; más importante todavía, tenían claro el peligro del abandono, de la orfandad y de la perpetua desolación. Se dijeron que nunca permitirían que nada como eso le volviese a ocurrir a ningún chico si podían evitarlo. Desgraciadamente, su promesa, como la mayoría en esta novela, se terminó por derretir en primavera. El trabajo los mantenía tan ocupados que la sola idea de otro hijo les sacudía la rutina. Y es que dirigir la editorial más prestigiosa del país te quita mucho tiempo, así como también el ser tu propio jefe en una de las compañías de videojuegos más reconocidas a nivel internacional. Decidieron que esperarían a que Zack fuera más grande, pero entonces, la realidad los golpeó con una brutalidad casi nostálgica.

"Era de esperarse", había dicho la doctora tras revisar los antecedentes familiares (un abuelo con tendencias suicidas y dos padres que frecuentaron al psicólogo de la escuela por demasiado tiempo como para pasarlo por alto).

¿Cómo podía ser tan inexpresiva ante una noticia como esa? ¿Bipolar, su hijo? ¿Su único hijo? ¡La desgracia los seguía hasta la adultez!

Unos buenos padres habrían abandonado todo por su hijo, pero Crystal y Bernard nunca supieron lo que un padre debe y no hacer, no tuvieron el ejemplo. Se esforzaron por cuidar a su hijo, pero mediocremente. Se compraban sus risas, y se tragaban sus sonrisas. Quizás ese es el problema. Nadie se da el tiempo de buscar la verdadera cara tras la máscara, por miedo a lo que puedan encontrar. En su caso, fue más bien la ignorancia lo que los volvió tan despreocupados; rara vez se daban cuenta cuando su hijo estaba sufriendo. Pero lo amaban. Lo amaban de verdad, más a cualquier otra cosa en la tierra. Sabían que era un buen chico, de eso podían sentirse orgullosos. Su corazón era grande, y sus pensamientos muy nobles.

Todos estos antecedentes bastan para explicar por qué el matrimonio Anderson recibió al pequeño chico sin siquiera sentarse a sopesar lo que alojar a un desconocido implicaba.

Lo primero que hizo Bernard al día siguiente fue conseguirse el número de sus padres, pero todo lo que obtuvo de Eli Scott (que había hablado con una amiga de John) fue el contacto con Lily Evans, su hermana dos años mayor que él.

Zack les había dicho que estaba teniendo problemas en su casa, lo cual es entendible, por supuesto, pero no por eso iban simplemente a quedarse de brazos cruzados. Debían avisar que se estaba quedando con ellos.

Paréntesis (Entre comillas, #2)Kde žijí příběhy. Začni objevovat