Capítulo 20: Lo que Dios une, el humano destruye (Parte 2)

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¡Busquen un traductor! Ojalá de alemán a inglés, porque directo al español no traduce bien.

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Si bien era pequeña, tenía claro lo que buscaba en un chico:

1. Debía ser pelirrojo o pelinegro.

2. Debía amar a los gatos más que a las personas.

3. Debía leer los mismos libros que ella para así poder comentarlos.

4. *Opcional/bonus: ojos verdes u azules.

Para su infortunio, los lectores varones escaseaban más que sus ganas de hacer deporte, pero Daisy no se caracterizaba por una persona que se rendía fácilmente. Tampoco es que pidiera demasiado, puede que sus requisitos fueran algo exclusivos, pero nunca imposibles. Y soñar era gratis.

Pensó si habría un chico lindo en Primera Comunión; a los nueve años, no pueden esperar que los niños realmente se emocionen con la idea de conocer la palabra del Señor. Así que ahí iba Daisy, en el asiento trasero del automóvil, fantaseando con las nuevas amistades que de seguro se haría. Era una persona extremadamente tímida para dar el primer paso, sin embargo, se consideraba alguien optimista. Quizás no tuviera que comenzar ella la conversación.

Obviamente, no lo hizo. Dominic Joshua Collins era la alegría personificada, siempre buscando alguna aventura o dispuesto a iniciar una nueva amistad. Ojalá hubiese podido decir lo mismo de su hermano, el gruñón de cabello desordenado.



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Patrick estaba sentado en el suelo leyendo su libro favorito. Era un frío día de invierno, y la chimenea apenas calentaba. Pero no le importaba, porque se encontraba con ella. Estaba tocando el viejo piano, mientras la nieve caía. Él amaba oírla tocar. Ella le prometió que le enseñaría personalmente.

—Patrick, ven por favor —dijo con voz dulce.

Él se acercó y la contempló, sus ojos eran tan cálidos a pesar de verse azules como el océano por la noche.

—¿Qué pasa, mamá? —preguntó interesado.

Ella dejó de producir aquella armoniosa melodía y le sonrió con una ternura que cualquier huérfano envidiaría.

—Sé que el clima no es el más apropiado, pero debemos irnos ya.

Nick, que había estado jugando ajedrez con Savannah en la misma habitación, saltó de la emoción.

—¡Sí! —gritó eufórico—. ¡Amigos nuevos!

Patrick resopló con disgusto.

—Odio conocer gente nueva.

Nick corrió hacia él y lo pescó por los hombros.

—Eso es porque no te portas bien. ¡Vamos, será divertido! Yo te enseñaré.

—No me interesa hacer amigos.

—¿Quién no quiere tener amigos?

Patrick lo miró desconcertado, casi insultado.

—Te tengo a ti —dijo firmemente.

Dominic le respondió con un fuerte abrazo de oso hasta que su hermano gruñó, señal de que debía separarse cuanto antes, pues el pequeño de cabello rubio no acostumbraba a recibir afecto de manera directa. Le incomoda y lo irritaba. Nick lo sabía, y de a poco había logrado comprenderlo, pero de vez en cuando se le olvidaba. Si Patrick era Halloween, Nick era la navidad. Si Patrick era el invierno, Nick la primavera. Y si Nick adoraba conocer gente nueva, Patrick se asustaba cada vez que alguien le podía la hora. Eran chicos completamente distintos, pero actuaban como la misma persona. No se repelían, se complementaban a la perfección. Eran la envidia de cualquiera que tuviera hermanos.

Paréntesis (Entre comillas, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora