Capítulo 21: Por eso no es bueno contenerse los sentimientos

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N/A: Les dejo a mi no... Quiero decir, a Dominic. Les dejo a Dominic en la multimedia<3 Aunque es más menudo en mi cabecita. 
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—¿Es decir que la cita salió bien?

—Yo diría increíble —opinó Zack muy contento—. No puedo creer lo rápido que está creciendo nuestro niño.

—Me siento como una madre orgullosa.

El chofer detuvo el vehículo frente a una parada de autobuses. Zack tapó el teléfono celular para tenderle la tarjeta de crédito, —a nombre de Kevin Alexander Stevens—, al conductor del taxi.

—Sólo efectivo.

—¿Qué? Demonios. —Se llevó el iPhone al oído de mala gana—. Tengo que colgar Amy, te veo en unas horas. Un beso.

—Un beso para ti también, cielo. Oh, por cierto —agregó con voz chillona—, quizás debas llamarme concuñada ahora. El gemelo de Eli es, definitivamente un once de diez, así que planeo acostarme con él. Adiosito, concuñado.

—¡Amelia!—la regañó estupefacto, pero su receptora ya había cortado el teléfono.

Su amiga tenía esa extraña capacidad de seducir absolutamente todo lo que fuera capaz de moverse por sí solo. Zack la amaba, y estaba consciente de que no tenía ningún derecho sobre ella para reprenderla por la vida amorosa que había decidido llevar (que de amorosa no tenía nada, si saben a lo que me refiero); sin embargo, le incómodo bastante la nueva presa que Amy estaba cazando. Creyó entender la razón y sintió tanta empatía por su amiga como le fue posible. A veces Zack se sentía culpable.

Si tan solo fuera honesta...

No iba a presionarla, él tampoco había actuado como un modelo a seguir de la verdad; ocultó su enfermedad por demasiado tiempo, temiendo que su revelación cambiara la percepción que sus amigos tenían acerca de él, y que, en consecuencia, lo tratasen diferente.

Rebuscó entre sus cosas algo de dinero en efectivo, pero nada más halló doscientos dólares en su billetera y poco más de veinte en sus bolsillos. Apretó los labios, frustrado. Esto era obra de sus padres y de su obsesión con educarlo "como a un chico normal". ¿De qué le servía tener como padres a una escritora de bestsellers y a un dueño de una compañía de videojuegos si ni siquiera le dejaban tener una Visa? Además, la excusa de que estaba enfermo resultaba insultante. No es como si en un ataque de manía se fuese a las Vegas a apostar diez mil dólares y a comprar un tigre blanco...

Ya, sí, de acuerdo, pasó una vez, pero fue con la MasterCard. Y antes de comenzar con un verdadero tratamiento farmacológico. Sólo para ser enfáticos.

—Disculpa, pero debo continuar trabajando —dijo el hombre al ver que Zack no había sacado suficiente dinero—, ¿pagarás o qué?

—Su sistema debería aceptar tarjetas bancarias, ¿cómo esperan que pague más de quinientos dólares? —se quejó Zack.

—¿Me estás diciendo que no tienes dinero? —preguntó perdiendo toda amabilidad en su forma de hablar.

A veces Zack deseaba ser Kevin: su hermano siempre lograba salirse con la suya, resolver un problema, ganar. Aún no acababa por comprender cómo es que la policía no logró atrapar ni a Grace ni a él la noche anterior. Aunque no conocía formalmente a la chica, claramente estaba a su altura. Se los imaginó como dos vándalos de las películas antiguas de vaqueros, asaltando y disparando. Una feliz pareja de criminales.

Sobra decir, que estos dos no le llegaban ni a los talentos a su querido pero despiadado cuñado quien pronto conocería. Mas no se preocupen por eso ahora, para llegar a la guerra de villanos aún queda un buen rato.

Paréntesis (Entre comillas, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora