[20] *

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Al salir del instituto vi el cielo nublado y bajé la vista a los charcos del suelo.

Estaba lloviendo y mamá no había venido.

Ahí estaba, sola porque todos se habían ido y pegada a la pared para evitar mojarme lo menos posible.
Traté de ignorar el frío que se había levantado gracias a la lluvia y me abracé a mí misma; arrepintiéndome de no haberme llevado el teléfono.
Quería, no, deseaba creer que mi madre solo se había retrasado, pero esa idea iba muriendo poco a poco.

Que tonta eres, Samantha.

Ni siquiera Margo, al irse en el vehículo de su padre, me había mirado; todo se me venía encima y solo tenía ganas de encerrarme en mi cuarto y huir del mundo unas horas o unos días.
Llorar hasta vaciarme, salir de mi habitación y volver a ser fuerte.
Pausar el tiempo de alguna forma.
Descansar.

—Vamos, que hace mucho frío —escuché decir a alguien, no fue hasta que alcé la vista cuando supe que ese alguien era Matthew.

Salió de su coche blanco, me colocó una chaqueta enorme encima y andó junto a mí para que entrase en el lado del copiloto.
Cuando los dos entramos en el coche y la calefacción se encendió, pude sentirme bendecida.

—Muchas gracias, pero, ¿cómo supiste que estaba aquí?

Observé los nudillos de Matt tensarse cuando giraba con el volante.

—Derek me avisó con tu móvil, dale las gracias a él. Yo solo soy un fiel servidor y chófer.

Reí por primera vez en todo el día y enseguida me acomodé, quería romper el hielo de alguna manera.
—¿Me llevaría usted de compras por Malibu, chófer?

Soltó una carcajada.
—Si no me hace cargar con las bolsas y el chihuahua, la llevo hasta a Hollywood.

Nuestras risas hicieron eco en el vehículo y el resto del viaje transcurrió en silencio, pero uno realmente agradable, aunque solo se escuchara el sonido del parabrisas.

Cuando las casas y calles fueron sustituidas por hierbajos y árboles supe que ya quedaba poco de trayecto, además de que había más baches que hacía cinco minutos.

En pocos segundos divisé mi hogar; una casa algo gastada y con las enredaderas comiéndose parte de las paredes, eso en verano con los insectos era un infierno.
Miré el césped y recordé cuando de pequeña le recordaba a mi madre que lo cortase.
Parecía una tontería, pero era mi padre el que mantenía el césped y cuando se iba siempre acababa largo y mal cuidado.
Me daba mucha rabia aquello.

Aunque me sentía como el césped.

Me bajé del coche a una distancia pudrente y me despedí de Matt añadiendo un segundo gracias.
Corrí hasta el porche y abrí la puerta.

Amaba la lluvia, os lo prometo, pero prefería que lloviese cuando estuviese en mi casa.

Dejé la mochila al lado del mueble del recibidor y mi madre salió del baño en ese momento.
—¡Se me olvidó traerte del instituto, lo siento!

Fruncí el ceño.
—Ya, no pasa nada —Contesté tajante.

Subí las escaleras ignorando por primera vez a mi hermano (que estaba viendo la televisión) y al entrar a mi cuarto me encontré a Derek tumbado en la cama, con los brazos por detrás de su cabeza y los ojos cerrados.

Una sonrisa se escapó de mis labios cuando de repente me miró; sus iris estaban realmente brillantes y lograban un efecto calmante.

Me senté en el borde de la cama y enseguida me acompañó en el gesto.
Estaba nerviosa, quizá por su mirada clavándose en mí o sus pupilas dilatadas.
El caso era que no me salían las palabras y no fue hasta unos segundos después cuando me atreví a encararlo y hablar.

—Muchas gracias por llamar a Matt, en serio.

Sonrió y me sonrojé.
En ese instante no tenía idea de cómo evitar que no se diera cuenta de ello, ¿por qué narices me había sonrojado?
Sam, reacciona.

Era su cercanía, me ahogaba.
Me ahogaba en un mar de intensidad y olas de nerviosismo, un roce, una sonrisa, una mirada y ya me perdía completamente.
¿En qué momento comenzó a pasarme esto?

Giré un poco el rostro para que no me mirase y su mano acarició mi mejilla con una lentitud inquietante.
Aunque en unos segundos ya me tenía de nuevo siendo presa de sus ojos.
Hubo segundos en los que solo nos mirábamos, como un duelo de miradas que, al parecer, Derek no quería perder.

Y su dedo acarició mi labio.

Los suyos inconscientemente se entreabrieron y deseé besarlo.
De un momento a otro habíamos pasado a esto, a una pequeña batalla por ver quién de los dos tenía las murallas más débiles.
Era un juego de aguantar.
Y mi muro se estaba derrumbando.

Quería besarlo.
Ahora.
En ese instante.
Lo ansiaba.
Pero no lo hice porque dejarme llevar por las hormonas no era seguro.

—Mejor aléjate —Murmuré agarrando su muñeca y apartándole la mano de mi cara.

—Esto me está desquiciando —Comentó— Querías besarme, Sam.
Y no es malo.

—Quizá es que para mí un beso significa más que para ti —Respondí rodando los ojos.

Su rostro se desfiguró, sin embargo, enseguida consiguió endurecerse y fruncir el ceño.
—¿Acaso sabes tú lo que significa para mí? —Dijo y asentí— Pues dímelo.

—Seguramente nada.

No supe muy bien porqué dije aquello, tal vez porque una persona que quiere de verdad a otra y sabe que va a irse seguramente trataría de alejarse para no hacer daño.
Él no pensaba en el futuro; solo en el mismo presente.

—¿Nada? ¿Me lo estás diciendo jodidamente en serio? —Su mano tomó la mía y la colocó sobre su pecho, apretándola contra éste y frunció los labios.
Notaba a su corazón latir acelerado; y su respiración lo acompañaba.
Apreté la tela de su camiseta entre mis dedos y suspiré— Es acojonante que te pienses que no significa nada para mí.

Y soltó mi mano.
Pero no dije nada; no tenía reprimenda, ni siquiera algún comentario gracioso para quitarle hierro al asunto, mi mente estaba en blanco y mi estómago con esas famosas mariposas.

—No insistas —susurré— No insistas si te vas a ir.

—Tienes razón —contestó— Es estúpido que nazca algo más cuando no durará toda la vida, pero atente a las consecuencias.

—¿Qué consecuencias? —Alcé una ceja y se levantó.

—Las de volverme loco, ternurita.

Llámame Derek [ANULADA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora