[1] *

7.2K 459 31
                                    

En toda vida de una persona hay un momento en el que no sabes qué hacer, piensas que en pocos días se ha vuelto todo un lío y ves solamente problemas.
Me ocurrió muchas veces, demasiadas como para contarlas y siempre intenté desahogarme de alguna manera, así empecé a escribir.
Quise plasmar en un papel todas mis ideas, problemas y gustos para que así, cuando alguien me leyese, sintiese lo mismo que yo alguna vez sentí. Mi sueño era ser escritora para que otras personas pensaran que no están solas, que yo también pasé por un momento difícil al igual que ellos, quería, además, que viesen el mundo tal y como es.

Pero, ¿a quién le resultaría interesante la historia de una chica que tiene problemas de corazón y vive en una casa apartada de la civilización, rodeada de campo? Ya os lo digo yo: a nadie.

En eso pensaba mientras removía el filete en el plato, tenía una textura insípida y el color marrón típico de un filete tenía un toque grisáceo, aunque para disimular, el cocinero puso bastantes especias sobre la comida. Mi madre solo me observaba asqueada, ella odiaba todo tipo de suciedad y este lugar era la clara palabra de ello.

—Date prisa —Apremió mi madre Elizabeth. Gruñí desesperada por no poder cortar un trozo de carne con el cuchillo color plata.

—¿No ves que no se corta? —Dije insistiendo en poder comerme el filete y largarme de una vez.
Cogí la carne seca con el índice y el pulgar, con la otra mano agarré el cuchillo y lo intenté de nuevo, desesperada y usando toda la fuerza posible, esto era un infierno, además me sudaba la frente del calor que hacía en el local.

—¡Qué daño! —Vociferé y me salió una sonrisa de oreja a oreja— ¡Mamá! ¡Lo conseguí! ¡Al fin!

—Te has rajado el dedo —Señaló el pequeño corte, rodó los ojos y con una pesada voz dijo:
—Ve a lavártelo.
Restregó la amarillenta servilleta por la mesa para quitar las gotas de sangre y caminé al lavabo.
Veníamos de visitar a mi abuela Sofía, vivía en la ciudad y a veces íbamos a verla, mi abuela y mi madre eran muy parecidas por no decir iguales, las dos exigían bastante y les daba igual dañar a alguien sentimentalmente con tal de conseguir algo.

Llegué al baño y no cambió mucho la estética: todo sucio y papel por el suelo, estaba vacío, aunque claro, quién iba a estar aquí.
Me acerqué al lavabo y miré mi rostro en el espejo, abrí la llave de paso mugrosa y esperé a que el agua dejara de salir con exceso de cal, esto me comenzaba a horrorizar cada vez más.
Suspiré cuando el agua salió clara y lavé mi dedo, la sangre se quedaba impregnada en el lavabo, sin embargo me daba grima limpiarlo dado que ahí mismo perecían varias arañas muertas.
El escozor en el corte consiguió hacerme fruncir los labios de dolor.
Y de repente, inundando todo el silencio, escuché una especie de golpe.
¿Acaso me asesinarían en unos baños?
Dudosa me di la vuelta y analicé los cubículos que en un principio debían ser blancos pero adquirieron un color beige amarronado, en cambio el ventanuco superior de la pared se movía con violencia.
Seguramente sería el aire, dudaba que alguien en su sano juicio viniera aquí y además tuviera complejo de Spiderman como para que en vez de salir por la puerta saliera por la ventana.

Me largué de allí y mamá al verme se acomodó el bolso.
—Ya está la cuenta pagada —Suspiré y agradecí no tener que comerme ese despojo de carne grisácea.

Quién sabe cuánto tiempo llevaría ahí como para adquirir tal tonalidad.

Salimos del bar y subí al coche, antes de ir a casa debíamos parar en casa de la mejor amiga de mi madre a por mi hermano Logan, un niño de ocho años que usaba sus lágrimas de cocodrilo para escaquearse y no visitar a la abuela Sofía.

Solo éramos nosotros tres, mi padre Frank no había muerto ni nada por el estilo, era militar y eso le afectaba en su vida personal, ya que la mayoría de tiempo estaba fuera de casa. Llevaba dos años en Irán sin ni siquiera llamarnos, mamá simplemente me decía que andaba ocupado y lo entendía, pero seguía echando de menos la figura de un padre.

Me coloqué los auriculares para evitar pensar en mi padre, me entristecía que se fuera, nuestra relación siempre había sido mejor que la que tenía con mi madre.
Apoyé mi mentón en el puño admirando el paisaje que ya sabía de memoria, comenzaba a anochecer y mi cuerpo lo presentía por el agotamiento físico.

Para intentar no dormirme comencé a jugar con el corte de mi dedo.

Llámame Derek [ANULADA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora