Cuando Matías me habló de perder el tiempo desde la mañana, no imaginaba que se aparecería en mi habitación a las cinco. Según él, debemos apurarnos para ganar las mejores horas de luz.

Increíble, no puede despertarse temprano para la universidad, pero sí para tomar fotografías. Apenas está aclarando y el ruido característico de motores por la calle es reemplazado por el canto de las aves matutinas. Iremos en la camioneta, una cuatro por cuatro negra que Henry solo sacaba algunos fines de semana, pero que Matías usa con frecuencia. Hace bastante frío y me meto al auto esperando que Matías guarde su cámara y un trípode con sumo cuidado en el asiento de atrás.

Ni bien enciende el motor la música empieza a sonar, demasiado fuerte para mi gusto. Rebajo el volumen, él no me dice nada. Mientras vamos por la avenida cambia la lista de reproducción y aumenta el volumen de nuevo.

—Iremos en compañía de Led Zeppelin, para inspirarnos, a tiempo que te educo un poco.

Ahí va de nuevo mi educación musical. No puedo quejarme, disfruto las cosas que me hace escuchar. Con el ruido haciendo vibrar la cabina nos encaminamos a Mallasa. Nunca fui por esos lugares que quedan a tan solo quince minutos de donde vivo... a cinco considerando la velocidad con que Matías conduce.

Todo el camino es asfaltado y al llegar a la zona de la Florida, donde viven varios de mis compañeros de colegio, los cerros rojizos nos rodean. Abro la ventana para sentir el aire en mi rostro y disfrutar del precioso paisaje.

Más adelante puedo ver dos túneles creados para que la carretera atraviese la montaña. A mi lado izquierdo los cerros se alejan gracias a un barranco que va creciendo en extensión, sin embargo, la tierra arenisca de diferentes tonos carmín está tan cerca a mi lado derecho que podría tocarla si sacara mi mano por la ventanilla.

—Metete o vas a perder la cabeza, te necesito entera. —Matías me jala dentro del auto y cierra la ventanilla— ¡Cierra los ojos, levanta las manos y pide un deseo! —me grita justo cuando estamos por pasar por los túneles. Antes de procesar qué me está diciendo suelta el volante del auto y levanta los brazos hasta tocar el techo.

Grito y sujeto el volante antes de que el auto pierda el control en la curva y salgamos disparados hasta el barranco.

—¡Estás loco! —le recrimino con el corazón en mi cuello. Él se ríe cínicamente mientras toma control del auto nuevamente.

—Se supone que debías pedir un deseo al pasar por los túneles la primera vez, perdiste tu oportunidad por neurótica.

—¡Estúpido! —lo insulto, él se sigue riendo, le parece gracioso poner nuestra vida en peligro de esa manera.

Me mantengo de brazos cruzados el resto del camino, sin siquiera mirarlo. Un par de minutos después las montañas se alejan todavía más abriendo paso a un bosquecillo de altos árboles de eucaliptos.

La zona no está deshabitada del todo, cerca está el zoológico y varios parques más. Rebasamos a un sujeto a caballo y a un par de niños en cuadratrack.

Abandonamos la carretera para meternos entre los árboles, en un camino de tierra que parece haber sido abierto para el uso de motocicletas. Nos detenemos en un lugar abierto, donde los árboles están tan juntos que ya no hay espacio para que ingrese el auto.

Seguimos el camino a pie y respiro el húmedo aire matutino mezclado con una ligera esencia a eucalipto. Una mujer a trote pasa cerca nuestro, un perro pequeño y lanudo que imagino que le pertenece, corre a su lado. De pronto el animal se aleja de su dueña y viene hacia nosotros.

—Fuera cucho —le dice Matías. La mujer se aproxima hacia nosotros, disculpándose lo recoge y continúa su trote, esta vez con su mascota en brazos.

Por tu amor al ArteWhere stories live. Discover now